viernes, 18 de enero de 2008

Joder. No te quiero desanimar, pero...
Sé consciente de que tus proyectos se pueden ir, muy fácilmente, a la mierda.
Pero también has de ser consciente de que otras veces es preferible mandar tú mism@ a tomar por culo "los proyectos" e ir a por todas, sin más.
Trazar un plan no siempre es lo mejor.
Ponerte una tela -o un puto trozo de plástico- estirada a unos cuantos metros, poniendote el objetivo de que, sea como sea, tienes que llegar hasta dicha tela -o dicho puto plástico- de forma que cuando llegues la rompas corriendo con una sonrisa triunfante, y el sudor empapándote el cuerpo entero; no siempre es "lo que hay que hacer"; no siempre significa que vas a subir al pódium y te van a dar un trofeo.
"Ir a por todas, sin más"; seguramente sea de
loc@s, pero, tal vez, no siempre haya que mostrarse y, más aún, actuar como alguien "cuerdo", "sano" y "respetuso". Tal vez es preferible hacer ésto último lo menos posible.
Tal vez la locura sea lo único que nos puede salvar.
Seguramente.


La verdad es que no sirve de nada que gimas si al final no te corres.
Si al final no prendes la mecha, da igual que construyas una bomba.
Ya me entiendes, ¿no?
No sirve de nada que segregues mucha saliva, que incluso juntes con todo ese montón de líquido de viscosidad variable, todos los mocos que puedas; si al final no lo escupes en la puta cara de ese/a imbécil que tienes delante y que odias muy mucho.
La verdad es que no. Excepto para perder el tiempo, no sirve de nada.

Mira, te voy a ser sincero. O eso creo. A fin de cuentas, no yo soy yo el que se lo tiene que creer o no, si no tú. A no ser que estés dispuest@ a perder el tiempo.


Esto no es ciencia-ficción.

Que yo me llamase Roberto, que tuviese 15 años y que estuviera hasta las jodidas pelotas de la rutina de todos días y que por fin, después de tanto gemir, me haya corrido: no, no es ficción, no es ningún puto culebrón de la TV. Que al final acercase la llama a la mecha de la bomba que llevaba tanto tiempo construyendo, no, no es ningún película de Jolibud. Aunque si lo fuese me podría sacar unas cuantas pelas. Tal vez podría ser algo más... ¿cómo decirlo?... "afortunado"; o tal vez no, y mis desesos de rajarme el cuello serían aún mayores.
El caso es que no te estoy contando ninguna trola... o puede que sí.

Bueno. La cuestión es muy sencilla. Ya te lo he dicho antes.
No podía más. Lo sabía; sabía que un día tenía que soltar toda esa mierda que tenía acumulada. Sabía que un día toda esa mierda la iba a chorrear; sabía que sería imparable y que mis heces cubrirían todo mi alrededor. Así es.

La verdad es que llevaba mucho tiempo construyendo una bomba. Llevaba mucho tiempo gimiendo, gimiendo y gimiendo; más y más. Pero la verdad también es que nunca me decidía a encencer la mecha. Ni a correrme. Tal vez fuese "miedo". Yo que sé.

Pero ahí estaba: el imbécil de Roberto aguantando su inaguantable vida. Aguantando la puta rutina de siempre. Ahí estaba yo: Roberto, un criajo de mierda; un niñato estúpido, que siempre se estaba quejando de todo; un chavalín insoportable, que siempre estaba dando la chapa a la gente con el cuento de La Destrucción, de La Huida y de La Subversión. El típico niñato que se está haciendo todo el día pajas pero al final no es capaz de soltar su semen, al menos no toda la cantidad de semen que se supone que él quería, al menos no todo el semen sufieciente; tal vez una o dos gotillas, pero no mucho más. El típico tarado que se pasa todo su tiempo construyendo un explosivo, un explosivo que si se utilizase podría volar todo lo que se encontrara a bastantes kilómetros a la redonda; el típico gilipollas que ocupa todo su tiempo en construir una bomba, y que, cuando ésta ya está lista para ser usada, siempre la encuentra alguna pega, siempre busca -y encuentra- alguna excusa para no hacerla estallar. Maldito capullo.


En efecto.
Ahí estaba yo, con mis 15 años, de nombre Roberto García Aceituno, con DNI 65584930-Z, siempre viviendo en la misma puta calle (Alberto Salpenterio, 23), y viviendo, siempre, con mi padre. Siempre lo mismo. Siempre viendo a mi padre tirado en el sofá como una mierda y envuelto en lágrimas, por que pasados 8 años, todavía es incapaz de superar el suicido de mi madre. La verdad es que yo no me acuerdo mucho de ella. Joder, yo al menos no estoy todo el día culpándome de su muerte. Joder, yo al menos soy capaz de tirar pa´lante. Pero mi padre no, siempre tenía que verle amargado, sin ganas de hacer una mierda, soportando su curro de siempre. Ese que odia con tantas fuerzas pero que nunca se decide abandonar. El mismo rollo de la bomba y la paja. De tal palo, tal astilla. Al menos, respecto a algunas cosas, ese dichoso refrán se cumple.

Ahí estaba yo. Levantándome a las 6:13 de la mañana. Todos los putos días. Todos los putos días metiéndome en el estómago dos tostadas de mermelada o de mantequilla, un café, y de vez en cuando algún bollo. Bah. Y después a quitarme las ronchas de basura que se me quedaban entre los dientes. Y después... Y después a vestirme, y a coger la mochila, y a bajar a la calle para coger el autobús, el autobús 54. Y llegar al instituto, ver las mismas putas caras de siempre, todos con un sueño del copón, de vez en cuando echándonos algunas risas y otras veces cagándonos en los jodidos y odiosos estudios. Cagándonos en alguna profesora. O en algún profesor. Pero solo erán quejas. Y luego a soportar las mismas putas clases de siempre; la misma puta manipulación de siempre. Siempre lo mismo. Siempre viendo a la misma gente. Todos los putos días, viendo como tirábamos nuestra vida por la borda. Viendo como arruinábamos nuestros minutos. Viéndonos ahí, tirados en el pupitre, aguantando a ese pobre desgraciado, contándote alguna basura sobre Historia, o Matemáticas, o Literatura, o tal vez sobre Química. Mirando a tu alrededor. Todos muertos. Intentándonos engañar a nosotros mismos; diciéndonos que eso era lo normal, lo mejor; que eramos unos afortunados; que teníamos la suerte de poder estudiar; siempre intentándonos mentir. Y algunos lo conseguían.
Es jodido ver como arruínas tu juventud, o tu infancia, o lo que sea. Tu vida.

Era muy fácil quejarse, era muy fácil. Sí. Pero más fácil aún era decir que no había nada que hacer, que no podíamos cambiar las cosas, que no podíamos modificar ni un ápice del estado de cosas, que tendríamos que soportar esa rutina siempre, siempre, hasta que llegará el día de aguantar la rutina de la explotación laboral. Siempre lo mismo. Todo los putos días intentando apartar de nuestra cabeza todas esas quejas, intentando pensar en otras cosas, intentando reirnos, o pensar en positivo. Mintiéndonos. Ocultando la bomba que llevábamos contruyendo durante tanto tiempo. Día a día. Intentando encontrarla algún defecto para no prender la mecha, y que todo volase por los aires. Por los aires. Y que al fin pudiéramos sonreir, y abrazarnos, y reir de verdad, de corazón. Y que al fin pudiéramos recuperar nuestras vidas. Ésas que llevábamos consumiendo desde que nacimos y nos "integramos" en los mecanismos de la sociedad.

No jodas. Teníamos que escapar de eso cuanto antes. Tenía que huir de eso lo más pronto posible. Tenía que huir, pero prendiéndole fuego. Ya sabes. Correrme.

Mi vida de mierda. La rutina de siempre. Siempre lo mismo. Todos los putos días.
¿Acaso no tenía que hacer que todo eso estallase?
¿Acaso no estás deseando tú lo mismo? No me digas que no tienes ganas de hacerlo cuanto antes. Por que sí que las tienes. Pero seguramente sea el miedo lo que te lo impida. Yo que sé.

Y no me preguntes cómo. No me preguntes qué hacer. No te lo puedo servir todo en bandeja de plata.

Yo simplemente: lo hice.
Logré escapar de la escena de mi padre ahogándose en sus mocos y su agua salada; de mi padre observando con rabia las fotos de mi madre, de ésa de la que, a decir vedad, yo me acuerdo muy poco. Viendo a mi padre muerto. Como una puta escoria. Un residuo. Un tío destruido por su vida, por sus acontecimientos, por sus sueños, por sus esperanzas, por sus miedos, por su pasado, y por su futuro... Logré huir de mi desayuno con tostadas de mermelada, o de mantequilla, y de ese café, y de ese bollo.
De ver siempre a la misma puta gente. De ver a esos desgraciados metidos a profesores, soltando por la boca mierda sobre Literatura, Matemáticas, o tal vez Química. Huí de la mirada a mi alrededor, y de vernos a todos nosotros muertos, tirados en nuestros pupitres, soltando nuestros últimos estertores.
Huí de levantarme a las 6:13. Huí del autobús 54.
Huí de Alberto Salpenterio, 23; de mi número de identificación; de mis 15 años,
de mi nombre.
Huí de Roberto García Aceituno.

Y si acaso estás pensando que me suicidé, realmente no te equivocas. Maté; asesiné toda mi vida de plástico, torturé, para acabar aniquilándola, a mi rutina. Me suicidé. Asesiné a todo eso que conformaba toda mi existencia. Hice lo que desde siempre quise hacer.

Pero la verdad es que sigo vivo. O tal vez, he nacido. Tal vez todo este tiempo estuve muerto.
Aquí estoy. Contándote toda mi desgraciada vida.
O tal vez solo una parte de ella.


Yo lo logré. Lo hice. Cumplí. Escapé. Huí.
Yo sí.
Al final lo logré.
Sí.
Al fin lo hice.
Prendí la mecha.
Sí.
Escupí.


Por fin me corrí.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Joder chico, vaya idas de pelota que escribes a veces. No se te entiende. Y luego decimos de las matemáticas.

Salud loco

Jamelgo Tofu dijo...

¿Y qué haces esactamente para huir del mundo mundanal?

Yo cuando quiero pasar de todo leo, escucho musica y escribo mas bien

y tu?

Anónimo dijo...

Éste me ha gustado particularmente.

Yo aún no me he soltado. Estoy cogiendo carrerilla, y alomejor necesito un empujón.

Sigue con ello

Proyecto Sion dijo...

Ola compañero.Te dejo la direccion de
nuestro blog, xq estamos organizando una iniciativa y es para hacerla llegar a gente que le pueda interesar.
Saludos

http://proyectosion.wordpress.com/