miércoles, 25 de junio de 2008

Ojos de sangre
que se sumergen en el
barro del olvido.

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Los pies se paran.
La mirada se alza.
Todo acabó.

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El aire vuela.
Los pájaros han muerto.
Las nubes lloran.

domingo, 1 de junio de 2008

Todas las tardes caminaba por la misma calle de siempre, y todas las tardes entraba en la misma tienda de siempre. Y miraba el reloj, y casi siempre rondaba la misma hora, las 18:11-18:16. Y el dependiente siempre le miraba inquisitivamente, pero con una mediosonrisa.

Nunca esperes que el tiempo te devuelva la vida.

Vivía con su abuelo. Marino. Así se llamaba su abuelo. Tenía en su cara las lágrimas de toda una vida de trabajo, y soledad, y dolor. Tenía en sus ojos marcado el rechazo y el abandono que había sufrido por parte de los que a lo largo de su vida habían estado a su alrededor.
Vivía con su abuelo, desde que sus padres y sus dos hermanos sufrieran un accidente de tráfico y murieran en él. 76 años tenía Marino cuando ocurrió el accidente. 9 tenía Isaac.

Nunca esperes que el tiempo salde tus cuentas.

Se mudaron a otra ciudad. Lejos. Lejos del pasado. Se intentaron alejar del pasado. Pero en realidad era Marino quien quería huir, escapar. Lo llevaba queriendo hacer desde siempre. Y ahí tenía su oportunidad. Su oportunidad para volar de su vida. Ya no le quedaba nada, nada. Había perido a la mujer con la que tantos años estuvo. Había perdido a su hijo en accidente. Había perdido a sus hermanos. A sus padres a una edad temprana. Y la poca familia que le quedaba nunca se acordaba de él. Nada. Solo le quedaba el hijo de su hijo. Solo le quedaba un chavalín al que sentía la necesidad de cuidar.
En realidad, solo le quedaba él mismo.

Nunca esperes que el tiempo arregle las cosas.

Isaac creció con su abuelo. Isaac cumplió 10 años. 11 años. 12 años. 13 años. 15 años. Isaac vio a su abuelo, día tras día, intentar ocultar todas sus vivencias. Todo lo que había hecho mal. Y bien. Todo.
Isaac siempre intentaba cuidar de su abuelo todo lo que podía. Miraba a su abuelo, y veía en sus ojos la muerte inevitable. Veía la derrota permanente. La perdida. Las lágrimas de pólvora.
Su abuelo casi nunca salía de casa. Siempre se quedaba sentado en una mecedora, arropado con una manta, y viendo el futuro pasar através del cristal de su ventana. Viendo la vida de los demás. Viendo pasos, y risas, y carreras, y llantos, y peleas, y... Y... Pero él solo reconocía en todo eso un futuro de muerte y derrota como lo fue el suyo. Nada de lo que veía le hacía sentir envidia, sino más bien pena, más bien impotencia, más bien deseo de parar todo ese transcurso de la vida.
Siempre lloraba por dentro cuando veía a su nieto levantarse todas las mañanas, cuando le veía prepararse el desayuno, cuando le veía preparar su mochila e irse al colegio. Siempre lloraba por dentro cuando le veía estudiar, y sonreír, y jugar con sus amigos.
Siempre lloraba cuando le miraba a los ojos y se veía a sí mismo.
Siempre lloraba cuando veía a su nieto y se veía a sí mismo, cuando se veía así mismo albergando esperanzas de que las cosas podrían ir bien. De que las cosas podrían salir bien.

Nunca esperes que el tiempo mantenga vivo todo aquello que quieres.
Todo aquello que desearías que nunca muriera.


Isaac, todos los días, tras llegar del colegio a las 17:43 y tras estar en su casa un rato, bajaba a la calle para darse un paseo, para contemplar todo aquello que su abuelo veía muerto, y que él sin embargo contemplaba como normal. Como vivo.
Y cruzaba la calle, y entraba en la misma tienda de siempre. "Ultramarinos Julián". Siempre rondando la misma hora de siempre. Y le hacía le compra a su abuelo, aunque éste siempre le dijera que no lo hiciera. Siempre le compraba un poco de comida y demás. Y el dependiente le miraba inquisitivamente. Y siempre se le dibujaba una mediasonrisa. Conocía al chico desde hace ya años, y siempre le veía caminar y comprar y vivir con dedicación a su abuelo. Siempre le miraba y se decía para sus adentros que de nada serviría todo eso.
El tendero sabía que nada resucitaría el ambiente muerto que veía Marino.

Uno de todos esos días en los que bajaba y paseaba y compraba las cosas a su abuelo, uno de todos eso días en que cruzaba la misma calle de siempre, como siempre, con la misma hora de siempre rondando, uno de todo esos días, un coche embisitió a Isaac. Le atropelló. Y murió en el instante. Salió el tendero a socorrerle. Todo el mundo se paró. Todo se paró.
Y todo aquello lo veía su abuelo, desde su habitación, arropado, meciéndose, mirando através de la ventana. Como siempre. Contemplando todo ese mundo muerto.
Y una lágrima se derramó por su mejilla.
Todo se paró.
Y los ojos de Marino se cerraron. Y la silla dejó de mecerse.
Todo se paró.
Todo...
Al fin.


Nunca esperes que el tiempo resucite lo que está muerto.