martes, 2 de septiembre de 2008

Descarga.
Descarga.
Descarga.

Y ya está.
La segunda ha sido la más contundente. La más grande y potente. Por lo tanto, la más gratificante.

Finito. Fin. Finalizado. Se acabó. Pero nada. Da igual. El proceso de descarga ha concluido y él continúa ahí. Pensando y leyendo.
Pensando y leyendo.
Forzando casi inconscientemente para comprobar si, en efecto, el proceso ha terminado.
Y deja de leer. Y ahora se pone a pensar.
Pensando.
Todos los días, exceptuando algunos días escasos, realiza esta labor de descarga. De carga. Y descarga. La segunda parte, la descarga, es más concreta y también más rápida, exceptuando algunos casos muy escasos. Y le gusta. Le resulta gratificante. Exceptuando, claro está, algunas ocasiones escasas. Le resulta muy placentero. Descarga.
Y ahora, joder, no sabe qué hace ahí. Ni siquiera se lo plantea. Pero ahí sigue.
Pensando.
Y no para de darle vueltas a la puta cabeza. De darle vueltas a muchos putos y variados temas. De vez en cuando se asoma para ver cómo ha ido. Qué tal ha ido la descarga. El proceso. Para observar las condiciones de la carga recién descargada. Se asoma. Y observa. Esta vez ha resultado aún más gratificante la labor debido a que le han gustado las condiciones en las que se encuentran las cargas. La carga fragmentada.
La verdad es que el hecho de que esté fragmentada no importa absolutamente nada. Hombre, hay que ser sinceros, y la verdad es que él piensa que cuanto más entera esté la carga descargada muchísimo mejor. Le encanta verla lo menos fragmentada posible. Pero, vamos, joder, tampoco es que importe mucho.
Y ahí sigue. Lo hace muchas veces. Exceptuando blablabla. Realiza la labor y una vez finiquitada se queda ahí.
Pensando. Leyendo. Hablando, consigo mismo. Jugando. Rebuscando objetos. Lo que sea.
Pensando.
Y esta vez es una de esas muchas veces. Ahí sigue.
Tampoco se puede decir que lo que esté reflexionando sea de notable importancia. Habría que dudar incluso que siquiera fuera de suficiente importancia. Escasísimas veces es de sobresaliente importancia. Exceptuando… bah, ya sabéis.
Se vuelve a asomar para contemplar durante unos segundos su carga. En este caso, como casi siempre, sus cargas. Su carga fragmentada. Y sonríe. Sonríe. Sí, joder, sonríe.
Esta vez ha ido muy bien. De puta madre. Genial. Buah. Ni os lo imagináis.
Ha ido bien.
Y no para de pensar. De pensar y pensar. Joder. Piensa y piensa. Y perdonadme, pero no os puedo revelar cuáles son sus pensamientos. En serio. Perdonadme.
No os lo puedo decir, así que, por favor, dejad de insistir.
Y no para. De pensar. Y pensar. Pensar.
Se levanta y observa la carga. Las cargas. La carga fragmentada. Se pone en pie. Y la observa. Y, poco a poco, va acercando la puta cabeza a la carga. La acerca más y más. Para mirarla lo más cerca posible. Lo hace algunas veces. Y ésta, es una de ellas. La sigue acercando. Os sorprenderíais de lo cerca que está su jodida cabeza de las cargas. Las tres cargas. La carga fragmentada en tres. Y ya. Frena el avance de su cabeza. Y se queda mirando. Y cierra los ojos. Pensando. Cierra los ojos. Pensando. Y respira profundamente. Pensando. Y sigue con los ojos cerrados. Y ya. Los abre. Y se reincorpora rápidamente. Y se queda quieto. Totalmente quieto. Ahí está. Ya dejó de sonreír. El rostro le ha cambiado sustancialmente. Ahora se refleja en su rostro una mezcla de amargura y melancolía. Ahí está.
Pensando. Quieto.
Ahí está.
Observando con su nueva expresión en el rostro, con su nuevo rostro, la carga descargada.
Y cierra los ojos. Y respira hondo. Profundamente. Y los vuelve abrir. Y vuelve a observar allí, vuelve a observar su carga que se encuentra ahí al fondo, en el hueco. Flotando.
Pensando. Quieto.
Y sin saber por qué. Joder, sin tener ni puta idea de por qué. Le brota una lágrima de sus ojos. Del izquierdo para ser más exactos. Le brota una jodida lágrima que se le derrama por su mejilla.
Ahí está, quieto. Y con una lágrima corriéndole por la cara. Ahí está. Quieto. Con los ojos empañados en lágrimas.
Y ya.
Y se mueve. Y ya. Ya está. Se mueve. Y se acerca a tirar de la cadena. Y tira de la cadena del retrete. Y ya está. Y su mierda se va. Se va. Se va en ese remolino de agua.
Y ya. Y nada. Y da igual. Ya está.
Y se va. Y cierra la puerta del baño. Y no se ha limpiado el culo. Bueno. Qué más da.
Y ya. Ya está. Finito. Fin. Finalizado. Se acabó.
Y se va.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya no puedo navegar más, chico. No por estas aguas.

Se me hace extraño y siniestro. Hoy, después de tanto tiempo, he decidido echarle algo de valor.

La mar me ha vuelto loco, grumete. Pero tan cuerdo. Odio esta cordura. La sal parte mis huesos desde dentro. Nunca más volveré a ser el mismo pero, ¿acaso importa?

Sólo un consejo, marinero. Si al volver a tierra, como yo, empiezas a sentirte vacío de nuevo, vuelve. No lo dudes ni por un instante, marinero. Aléjate de las palabras. De lo que has leído y escrito. Aléjate de las habladurías, de las cacareadas victorias y las disimuladas derrotas. De los fanfarrones y de las almas cándidas. Agarra el timón y llévate tu barco a otra parte.

Donde nadie ni nada te de alcance.
Aléjate de la muerte y de la vida, pues ambas prometen demasiado y cumplen muy poco.

Aléjate de la salud y de la enfermedad, pues ninguna se queda el tiempo suficiente como para sacar ninguna conclusión útil.

Sé honesto aunque tengas que mentir cien veces al día. Haz lo que quieras pero recuerda, que el hecho de que una causa sea imposible, no significa que no sea bella, y que por bella, no deja entonces de ser imposible.

Teme el día en que albergues esperanzas. Témelo porque te estarás acercando, sin remedio, al naufragio de tu decepción.

Entonces no te quedará más remedio que construir otro, otro barco. Y zarpar de nuevo. Y navegar lejos del mundo, lejos de Moby Dick, lejos de las derrotas mal encajadas y las victorias que no significaron nada para los otros.

Y entonces, entonces recuerda. Las victorias y derrotas que han forjado tu carácter, marinero. Que te han hecho ser como eres. Y busca otras victorias, y otras derrotas.

Y quizá.
Quizá algún día, quién sabe. Nuestros barcos se crucen.
Y podamos saludarnos como hombres al fin.

Estrechando nuestras manos entre la brisa marina y el abismo en el que todo se hunde.

Mírate al espejo y cuenta tus cicatrices. Ellas narran toda tu historia.

Anónimo dijo...

Todo es prescindible, sólo hace falta intentarlo, intentar que sea prescindible.

No sé porqué hablo de tonterías que ni vienen ni van hace largo tiempo o quizás muy muy esporádicamente pero espero que nunca más.

A qué esta déria con un momentum que no quita el significado a las palabras. Supongo que se nos puede interpretar en términos heracliteanos. Muy agudo por tu parte buscarle tres pies al gato, pues efectivamente tenía cuatro.

Yo no te critico exacerbadamente, me rio y xim-pum. Todo se extingue lentamente y al final no deja más rasgos que los estrictamente necesarios, aunque sea para hablar de algo.

No, no pienso meterme el dedo en el culo por semejante tontería.