sábado, 5 de julio de 2008

Los dos. Los dos iban caminando por una calle la cual estaba casi exenta de gente. Iban caminando por una calle de la ciudad, una calle más, sin importancia. Hablando sobre algún tema que surgió de forma espontanea e imprevista. Iban caminando por una calle al lado de la cual se encontraba un gran parque. Un parque por el que ya habían estado paseando antes.

Y ahora iban caminando por una calle por la cual, en ese momento, el tránsito de gente era escaso. Iban caminando y hablando,
y en un momento dado uno de los dos se paró. Se detuvo. Y le señalo a su compañero una escena que estaba ocurriendo en ese momento, en el asfalto, en la acera.

Dos hormigas que, al parecer, se estaban peleando. Una de ellas era bastante más grande que la otra hormiga. Y daba la impresión de que estaban en una fuerte y acalorada pelea.

Los dos se detuvieron y se colocaron de cuclillas para contemplar esa escena tan curiosa. Cual espectadores de un circo romano. Cual espectadores de una pelea de gallos.

Parecía que la hormiga grande era la que llevaba la gran ventaja sobre la chiquitilla. Estaban en un tomaydaca. En un empuje furioso. Cada una con las patas delanteras en la cabeza de la otra. Empujando. Empujando tan fuerte como cada una podía. Y era la más grande de las dos la que tenía la sartén por el mango. La que arrastraba a la hormiga pequeña más y más.

Los dos amigos estaban muy atentos y expectantes. Ya no existía esa calle, no existía alguna pareja de personas que pasaba por aquel lugar y se quedaban extrañadas ante la imagen de dos personas de cuclillas observando a dos simples hormigas.

Solo existían esas dos hormigas, cada una usando todos sus esfuerzos para ganar esa batalla.

Sí. Pero la más pequeñita no se daba por rendida. Ni mucho menos. A pesar de la superioridad de su contricante y de que éste estaba dominando la situación, la hormiga más pequeña estaba aguantando. Aguantando. Resistiendo.
Se la veía sufrir, se la veía desear salir de allí lo más pronto posible. Pero aún así seguía resistiendo.

El asfalto, ahora, era un auténtico campo de batalla. Las baldosas, con sus huecos, sus fisuras... se habían convertido en el soporte de una pelea enfurecida de dos hormigas. En ese momento, todo los demás carecía de sentido alguno.
El asfalto, realmente, dejó de ser asfalto.
Los dos amigos estaban disfrutando como nunca. Al menos nunca habían disfrutado tanto, ni nunca se lo hubieran imaginado, con una dispusta de dos simples e insignificantes hormigas.
Comentaban cada movimiento. Cada empuje. Cada decaída de alguna de las dos contrincantes.

La pelea se ponía cada vez más interesante. Más intrigante.
¿Cuál iba a ser el desenlace de aquella imprevista y nuncavista disputa?
Nadie lo sabía. Ninguno de los dos.
Tal como estaba la cosa, podía parecer que la de mayor tamaño sería la vencedora. Pero era difícil afirmarlo al cienporcien al ver la resistencia de la otra hormiga.
El tomaydaca continuaba. Empuje. Y empuje. Y empuje.
La grande seguía arrastrando a la pequeña, pero había momentos en los que la pequeña lograba detener el empuje al que la estaba sometiendo su oponente.
Y llegó el momento álgido de la pelea. El decisivo. El más impresionante.

El de mayor suspense.

Los dos amigos afinaron su atención, su vista. Todos sus sentidos.

En una de las pequeñas franjas separadoras de las baldosas, la hormiga grande había encogido su cuerpo. Tenía su cuerpo doblado. Parecía que estaba en un apuro.
Y entonces.
Entonces...
Entonces la pequeña vio su momento. Y se aprovecho de él.
Entonces la pequeña escapó. Sí. Escapó.
Impresionante.
Se deshizo de su fuerte oponente y en el momento más crítico de éste huyó.
Logró huir. Y salir corriendo del lugar.

Los dos amigos se habían quedado alucinados. Impresionados. Comentaban con enorme sorpresa el hecho que acababan de presenciar.

Y la grande pareció quedarse desorientada y furiosa. Perpleja también. Su débil enemiga había conseguido escapar de sus garras.
Parecía estar buscando a su enemiga. Se movía intentando dilucidar dónde se hallaba.
Pero ya estaba muy lejos.
Ya... Ya era imposible.

Había sido genial. Reían. Y comentaban aquello. Ninguno de los dos se había visto nunca en una situación como aquella. Disfrutando como enanos de un acontecimiento sencillo y simple, en el que casi nadie hubiera reparado. Tal vez, ni ellos mismos en otro situación y momento.
Habían disfrutado considerablemente.
Y ya se empezaron a incorporar para seguir con su camino mientras proseguían hablando de la pelea y de lo que acaban de vivir.
Uno de los dos le comentó a su compañero una sensación que le golpeó en el pecho. Le comentó que, joder, habían vivido una experiencia divertida, extraña, pero muy divertida, habían visto y contemplado un rifirafe entre dos hormigas, y eso él lo consideraba un acto de seres vivos de la naturaleza maravilloso, dos simples e impercatables hormigas. Dos hormigas, indiferentes para todo el mundo. Se habían parado, y se habían quedado observando y viviendo eso. Pero, joder, esa situación con la que tanto habían disfrutado, esa situación... se podría haber esfumado con un simple pisotón. Una puta pisada. Sin más. Y nada de todo aquello habría ocurrido. Un paso. Simplemente eso. Una pisada. Una pisada habría aplastado a aquellas dos hormigas. No habrían reído, ni disfrutado, ni habrían estado ahí de cuclillas durante unos cuantos minutos. Nada más que un pisotón. Las dos hormigas no habrían luchado, no habrían realizado el recorrido que habían hecho entre empujones, no. Simple y llanamente, una pisada. Y la hormiga pequeña no habría tomado el camino de su huida.
Nada de todo aquello habría ocurrido.
Dos hormigas más, muertas y pisadas en medio del asfalto... Nada que tuviera importancia...
Y sin embargo, no había pasado eso. Habían vivido una expiriencia muy divertida.
Pero... una simple pisada... y...

Ya habían retomado su camino.
Y la hormiga grande, la que parecía más fuerte, seguía allí en medio, dando vueltas, buscando a su maldita contricante que parecía débil y estúpida, pero que había escapado.
Y a la hormiga pequeña ya no se la veía. No. La hormiga pequeña había emprendido su huida, tal vez nerviosa pero feliz por haber conseguido escapar. Tal vez nerviosa, pero feliz. Se podía decir, que ella, la pequeñaja y debilucha, había vencido.


Sí...
Un simple pistón...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un tema serio el de la disputa y lo que podría haber ocurrido con un vago gesto. No, no es agradable. Alguien, una hormiga, habría muerto indefectiblemente, o quizás en un caso menos grave, nacería su descendencia como la de los cetáceos, mirando al culo. Y esta hormiga y su descendencia buscaría para todas las hormigas venideras el mismo tema que la condenó. No, no es bello, repetir siempre los mismos errores. Quizás su hijo trabajara de carnicero y ofreciera hamburguesas vegetales tematizadas gratis para las hormigas venideras; ¿inverosímil?; desagradable caer tan bajo cuando hay tanto hijo puta por ahí suelto. Demasiado perfecto y sublime no cometer ningún error, somos humanos, pero dignos.

¿Y cuán peor sería morir por ello? morir por hacer de vergudo de una justícia hiperbolizada que no lleva a ninguna parte. Igual que mueren ciertos desgraciados por hacer lo mismo con otras hormigas, las que creen suyas de propiedad e invocan con voz firme el fin de los que no son como ellos. Pobres necios, que no nos traigan su muerte a nuestras casas. Porque su muerte tampoco significa nada, no es una gran muerte de matador, ni una triste descendencia de tematizador, es una muerte anónima de don perfecto nadie.

Anónimo dijo...

Así nos deben ver los hombres importantes.