domingo, 7 de septiembre de 2008
Despedida - "La vida está ahí afuera"
“Nada es estático.
Nada es eterno.
Todo se destruye.”
(Club de lucha, Chuck Palahniuk)
En efecto. Todo se destruye. Nada es estático. Ni permanente. Nada dura por siempre. Nada es eterno. Nada de nada.
Y esto también se acabó. Esto. Este blog. Este espacio virtual. Finalizó. Ya no tiene sentido seguir con él adelante. No tiene sentido. No quiero. No quiero continuar, no quiero seguir adelante con algo virtual e irreal. Ha llegado el momento de despedirse. De despedirse de la virtualidad. Y esperemos que para siempre.
No negaré que muchas veces me ha ayudado mucho el poder compartir distintos textos, pensamientos, vomitonas de todos los colores, noticias, haikus y poemas…, con aquellos y aquellas que un día llegasteis a este espacio y leísteis lo que había en él, y os gustó, y no os gustó nada, y llorasteis, y reísteis, y os cagasteis en mi puta madre, y quisisteis felicitarme, y reflexionasteis, y os intentasteis suicidar, y decidisteis empezar a vivir…, sí, en muchos momentos me ha ayudado mucho. Y puede que a alguno/a de vosotros/as también. Y me ha gustado. Me ha gustado ver y oír vuestros comentarios. O no, no me ha gustado y, en realidad, no os he hecho ni puto caso. No lo negaré. Claro que no. Pero el tiempo corre. Y muy deprisa. Corre. Y la vida también. Cambiamos. Evolucionamos. Involucionamos. De todo. El tiempo corre y la vida también. Y ya no quiero continuar colgando textos, defecando en la virtualidad. Para mi eso ya no tiene sentido alguno. Porque la verdad, la realidad, la vida, esta ahí afuera. Esta ahí afuera. Y esto solo es un refugio, solo es un maldito y jodido refugio. Esto solo es una mierda. Así es. Aunque en algún momento nos pudiera ayudar. Aunque en algún momento pudiera transmitiros lo que quería transmitiros. Aunque en algún momento os hubiera podido ayudar. Aún así. Aún así esto es sólo basura. Y virtualidad. Y mediatización. La vida está ahí afuera. Solo ahí. Así que salgamos ahí afuera. Vayámonos de aquí. La vida está ahí afuera.
Y no. No estoy diciendo que los textos y pensamientos, las vomitonas de todos los colores, las noticias y los haikus y los poemas… sean basura y mierda. No es eso lo que estoy diciendo. Estoy diciendo que la basura y la mierda es la virtualidad. Es Internet. Es la mediatización. Esa es la basura y la mierda. Todo esos textos y pensamientos y vomitonas y noticias y haikus y poemas, todo eso está bien, sí, claro que está bien, muy bien, pero no quiero seguir transmitiéndolo de forma virtual, no quiero seguir transmitiéndolo a través de Internet. Por que yo seguiré teniendo pensamientos, y seguiré vomitando y escribiendo textos, y poemas, y haikus, y seguirá habiendo noticias que compartir, pero todo eso lo quiero compartir ahí afuera. Con la gente que tenga cerca. Todo eso hay que compartirlo ahí afuera. Ahí afuera. A muchos y muchas de vosotras no os conozco, y tal vez nunca más pueda transmitiros todo eso. Tal vez nunca os conozca. Quién sabe. Pero eso no importa. Si no soy yo será otro, otra, otros, otras. Qué más da. La cuestión es salir de la virtualidad y empezar a compartir y luchar y hablar y llorar y cagarse en nuestras putas madres… de forma real y no mediatizada. Tal vez algún día nos encontremos en alguna calle, en algún camino, en algún bosque, en algún cementerio, en alguna montaña, en alguna carretera, en algún campo, en algún pueblo, en alguna alcantarilla, en algún árbol… en algún lado. Tal vez. Y tal vez, cuando nos encontremos, compartamos todo eso que sentimos, o alguna cosa que sentimos. Tal vez. Tal vez nos matemos o nos abracemos o ni nos hablemos. Quién sabe. Qué más da. La cuestión es salir ahí afuera. Por que ahí es donde tenemos que estar. Ahí está la vida.
Las campanas siguen doblando. Siguen tocando. Continúan con su réquiem. Doblan cuando te esclavizas, cuando te rindes, cuando te dejas consumir, cuando no destruyes aquello que odias, aquello que te destruye. Aquello que te oprime. Las campanas siguen doblando y no lo dejarán de hacer hasta que no rompas tus cadenas, tus miedos, hasta que no derruyas tu cárcel, hasta que no te decidas a vivir, a ser libre. Las campanas continúan con su réquiem. Siguen doblando. Doblan cuando permites que te dominen, que te utilicen, que te usen, cuando dejas que te conviertan en un producto, doblan cuando decides ser un muerto, cuando aceptas los roles impuestos, cuando aceptas la rutina, el tedio y el ritmo mortífero, cuando comulgas con los valores y la moral de la cultura. Doblan cuando aceptas vivir en los márgenes de esta civilización. Doblan cuando aceptas esta civilización.
Y este espacio virtual iba, en parte, dedicado a aquellos por quien doblan las campanas, este espacio virtual iba dedicado a aquellos por los que, en algún momento, doblaron las campanas, por ti, por mí, por aquél, por aquella. Por todos. Y por todas. El contenido de este espacio virtual iba por ellas, por nosotras, e iba encaminado a conseguir que dejaran de doblar las campanas. Iba encaminado a que destruyésemos nuestras cadenas y empezásemos a vivir. Iba encaminado a que nos diésemos cuenta de qué tenemos que destruir y por qué lo tenemos que destruir. Iba encaminado a que nos diésemos cuenta que la civilización es un maldito cáncer y que hay que acabar con él. Iba encaminado a que, cada una de nosotros, en nuestras vidas, empezásemos a vivir la anarquía a la par que aniquilábamos la esclavitud. A eso iba encaminado.
Abrí este espacio porque día a día en mi vida, y a mi alrededor, escuchaba el réquiem de las campanas, y quería transmitir lo que sentía, necesitaba transmitirlo. Y ya ha pasado un año. Y, poco a poco, día tras día, he ido cambiando, evolucionando, involucionando. De todo. Lo podéis ver claramente en este espacio y sus textos (y vomitonas, y haikus, y poemas, y…).
Y hasta este punto he llegado. Y me he dado cuenta que este ya no es mi sitio. Me he dado cuenta de que la virtualidad es mierda, es dañina, es chatarra asquerosa. Y quiero huir de ella. Quiero salir de ella. Así que me voy de aquí. Dejó de escribir en este blog. Y me largo de la virtualidad.
Tan sólo quería escribir una despedida. Anunciarlo. Y dejarlo claro. Dejar más o menos claros los motivos.
Y quiero volver a repetir lo que ahora me parece más importante que nada. Que la vida esta ahí fuera. Que debemos huir de la virtualidad. De la mediatización. De la irrealidad. De toda esa mierda. Que debemos destruir la esclavitud y empezar a vivir. Que debemos vivir. Vivir. Luchar por la anarquía. Y destruir la civilización. Vivir como queremos vivir a la par que destruimos lo que queremos destruir. Vivir. Destruir la civilización.
No queda nada más que decir.
Tan solo queda repetirme por última vez.
Y tal vez un día nos veamos y nos encontremos ahí fuera, en algún lado, en alguna calle, en algún bosque, en algún campo, o en algún pueblo, o en algún árbol, o alcantarilla, o cementerio, o carretera, o montaña, o…, en algún lado. Tal vez. Quién sabe. Qué más da. Lo importante es que salgamos ahí afuera. Que dejemos de lado la virtualidad. Lo importante es salir ahí afuera.
Por que ahí afuera está la vida.
martes, 2 de septiembre de 2008
Descarga.
Descarga.
Descarga.
Y ya está.
La segunda ha sido la más contundente. La más grande y potente. Por lo tanto, la más gratificante.
Finito. Fin. Finalizado. Se acabó. Pero nada. Da igual. El proceso de descarga ha concluido y él continúa ahí. Pensando y leyendo.
Pensando y leyendo.
Forzando casi inconscientemente para comprobar si, en efecto, el proceso ha terminado.
Y deja de leer. Y ahora se pone a pensar.
Pensando.
Todos los días, exceptuando algunos días escasos, realiza esta labor de descarga. De carga. Y descarga. La segunda parte, la descarga, es más concreta y también más rápida, exceptuando algunos casos muy escasos. Y le gusta. Le resulta gratificante. Exceptuando, claro está, algunas ocasiones escasas. Le resulta muy placentero. Descarga.
Y ahora, joder, no sabe qué hace ahí. Ni siquiera se lo plantea. Pero ahí sigue.
Pensando.
Y no para de darle vueltas a la puta cabeza. De darle vueltas a muchos putos y variados temas. De vez en cuando se asoma para ver cómo ha ido. Qué tal ha ido la descarga. El proceso. Para observar las condiciones de la carga recién descargada. Se asoma. Y observa. Esta vez ha resultado aún más gratificante la labor debido a que le han gustado las condiciones en las que se encuentran las cargas. La carga fragmentada.
La verdad es que el hecho de que esté fragmentada no importa absolutamente nada. Hombre, hay que ser sinceros, y la verdad es que él piensa que cuanto más entera esté la carga descargada muchísimo mejor. Le encanta verla lo menos fragmentada posible. Pero, vamos, joder, tampoco es que importe mucho.
Y ahí sigue. Lo hace muchas veces. Exceptuando blablabla. Realiza la labor y una vez finiquitada se queda ahí.
Pensando. Leyendo. Hablando, consigo mismo. Jugando. Rebuscando objetos. Lo que sea.
Pensando.
Y esta vez es una de esas muchas veces. Ahí sigue.
Tampoco se puede decir que lo que esté reflexionando sea de notable importancia. Habría que dudar incluso que siquiera fuera de suficiente importancia. Escasísimas veces es de sobresaliente importancia. Exceptuando… bah, ya sabéis.
Se vuelve a asomar para contemplar durante unos segundos su carga. En este caso, como casi siempre, sus cargas. Su carga fragmentada. Y sonríe. Sonríe. Sí, joder, sonríe.
Esta vez ha ido muy bien. De puta madre. Genial. Buah. Ni os lo imagináis.
Ha ido bien.
Y no para de pensar. De pensar y pensar. Joder. Piensa y piensa. Y perdonadme, pero no os puedo revelar cuáles son sus pensamientos. En serio. Perdonadme.
No os lo puedo decir, así que, por favor, dejad de insistir.
Y no para. De pensar. Y pensar. Pensar.
Se levanta y observa la carga. Las cargas. La carga fragmentada. Se pone en pie. Y la observa. Y, poco a poco, va acercando la puta cabeza a la carga. La acerca más y más. Para mirarla lo más cerca posible. Lo hace algunas veces. Y ésta, es una de ellas. La sigue acercando. Os sorprenderíais de lo cerca que está su jodida cabeza de las cargas. Las tres cargas. La carga fragmentada en tres. Y ya. Frena el avance de su cabeza. Y se queda mirando. Y cierra los ojos. Pensando. Cierra los ojos. Pensando. Y respira profundamente. Pensando. Y sigue con los ojos cerrados. Y ya. Los abre. Y se reincorpora rápidamente. Y se queda quieto. Totalmente quieto. Ahí está. Ya dejó de sonreír. El rostro le ha cambiado sustancialmente. Ahora se refleja en su rostro una mezcla de amargura y melancolía. Ahí está.
Pensando. Quieto.
Ahí está.
Observando con su nueva expresión en el rostro, con su nuevo rostro, la carga descargada.
Y cierra los ojos. Y respira hondo. Profundamente. Y los vuelve abrir. Y vuelve a observar allí, vuelve a observar su carga que se encuentra ahí al fondo, en el hueco. Flotando.
Pensando. Quieto.
Y sin saber por qué. Joder, sin tener ni puta idea de por qué. Le brota una lágrima de sus ojos. Del izquierdo para ser más exactos. Le brota una jodida lágrima que se le derrama por su mejilla.
Ahí está, quieto. Y con una lágrima corriéndole por la cara. Ahí está. Quieto. Con los ojos empañados en lágrimas.
Y ya.
Y se mueve. Y ya. Ya está. Se mueve. Y se acerca a tirar de la cadena. Y tira de la cadena del retrete. Y ya está. Y su mierda se va. Se va. Se va en ese remolino de agua.
Y ya. Y nada. Y da igual. Ya está.
Y se va. Y cierra la puerta del baño. Y no se ha limpiado el culo. Bueno. Qué más da.
Y ya. Ya está. Finito. Fin. Finalizado. Se acabó.
Y se va.
Descarga.
Descarga.
Y ya está.
La segunda ha sido la más contundente. La más grande y potente. Por lo tanto, la más gratificante.
Finito. Fin. Finalizado. Se acabó. Pero nada. Da igual. El proceso de descarga ha concluido y él continúa ahí. Pensando y leyendo.
Pensando y leyendo.
Forzando casi inconscientemente para comprobar si, en efecto, el proceso ha terminado.
Y deja de leer. Y ahora se pone a pensar.
Pensando.
Todos los días, exceptuando algunos días escasos, realiza esta labor de descarga. De carga. Y descarga. La segunda parte, la descarga, es más concreta y también más rápida, exceptuando algunos casos muy escasos. Y le gusta. Le resulta gratificante. Exceptuando, claro está, algunas ocasiones escasas. Le resulta muy placentero. Descarga.
Y ahora, joder, no sabe qué hace ahí. Ni siquiera se lo plantea. Pero ahí sigue.
Pensando.
Y no para de darle vueltas a la puta cabeza. De darle vueltas a muchos putos y variados temas. De vez en cuando se asoma para ver cómo ha ido. Qué tal ha ido la descarga. El proceso. Para observar las condiciones de la carga recién descargada. Se asoma. Y observa. Esta vez ha resultado aún más gratificante la labor debido a que le han gustado las condiciones en las que se encuentran las cargas. La carga fragmentada.
La verdad es que el hecho de que esté fragmentada no importa absolutamente nada. Hombre, hay que ser sinceros, y la verdad es que él piensa que cuanto más entera esté la carga descargada muchísimo mejor. Le encanta verla lo menos fragmentada posible. Pero, vamos, joder, tampoco es que importe mucho.
Y ahí sigue. Lo hace muchas veces. Exceptuando blablabla. Realiza la labor y una vez finiquitada se queda ahí.
Pensando. Leyendo. Hablando, consigo mismo. Jugando. Rebuscando objetos. Lo que sea.
Pensando.
Y esta vez es una de esas muchas veces. Ahí sigue.
Tampoco se puede decir que lo que esté reflexionando sea de notable importancia. Habría que dudar incluso que siquiera fuera de suficiente importancia. Escasísimas veces es de sobresaliente importancia. Exceptuando… bah, ya sabéis.
Se vuelve a asomar para contemplar durante unos segundos su carga. En este caso, como casi siempre, sus cargas. Su carga fragmentada. Y sonríe. Sonríe. Sí, joder, sonríe.
Esta vez ha ido muy bien. De puta madre. Genial. Buah. Ni os lo imagináis.
Ha ido bien.
Y no para de pensar. De pensar y pensar. Joder. Piensa y piensa. Y perdonadme, pero no os puedo revelar cuáles son sus pensamientos. En serio. Perdonadme.
No os lo puedo decir, así que, por favor, dejad de insistir.
Y no para. De pensar. Y pensar. Pensar.
Se levanta y observa la carga. Las cargas. La carga fragmentada. Se pone en pie. Y la observa. Y, poco a poco, va acercando la puta cabeza a la carga. La acerca más y más. Para mirarla lo más cerca posible. Lo hace algunas veces. Y ésta, es una de ellas. La sigue acercando. Os sorprenderíais de lo cerca que está su jodida cabeza de las cargas. Las tres cargas. La carga fragmentada en tres. Y ya. Frena el avance de su cabeza. Y se queda mirando. Y cierra los ojos. Pensando. Cierra los ojos. Pensando. Y respira profundamente. Pensando. Y sigue con los ojos cerrados. Y ya. Los abre. Y se reincorpora rápidamente. Y se queda quieto. Totalmente quieto. Ahí está. Ya dejó de sonreír. El rostro le ha cambiado sustancialmente. Ahora se refleja en su rostro una mezcla de amargura y melancolía. Ahí está.
Pensando. Quieto.
Ahí está.
Observando con su nueva expresión en el rostro, con su nuevo rostro, la carga descargada.
Y cierra los ojos. Y respira hondo. Profundamente. Y los vuelve abrir. Y vuelve a observar allí, vuelve a observar su carga que se encuentra ahí al fondo, en el hueco. Flotando.
Pensando. Quieto.
Y sin saber por qué. Joder, sin tener ni puta idea de por qué. Le brota una lágrima de sus ojos. Del izquierdo para ser más exactos. Le brota una jodida lágrima que se le derrama por su mejilla.
Ahí está, quieto. Y con una lágrima corriéndole por la cara. Ahí está. Quieto. Con los ojos empañados en lágrimas.
Y ya.
Y se mueve. Y ya. Ya está. Se mueve. Y se acerca a tirar de la cadena. Y tira de la cadena del retrete. Y ya está. Y su mierda se va. Se va. Se va en ese remolino de agua.
Y ya. Y nada. Y da igual. Ya está.
Y se va. Y cierra la puerta del baño. Y no se ha limpiado el culo. Bueno. Qué más da.
Y ya. Ya está. Finito. Fin. Finalizado. Se acabó.
Y se va.
miércoles, 27 de agosto de 2008
Toca mi pecho.
No lo hagas. No llores.
No. Solo, duerme.
----
Te escapas. Fugaz.
Te veo a lo lejos.
Yo, impasible.
----
Aroma frío.
Y..., y llamadas rotas.
Me voy a cenar.
----
¿Otra vez? ¿Otra?
Qué. Qué es todo esto.
No te preguntes.
----
Ése. Me odia.
Ése. El sol de verano.
Luna, vuelve tú.
----
Yo no. Yo no. No.
No caigo. No me rindo.
Por que te quiero.
----
La despedida...
Em... ¿qué? ¿La despedida?
Ay... Pues... Pues... Qué va.
----
Y. El pasado.
El pasado lo rompe.
Lo rompe todo.
----
Sí, sí. Te quiero.
¡Acertaste! Te amo.
Ven. Abrázame.
----
La noche grita.
Y el frío congela.
No hay sábanas.
----
Hunde tu mano.
Ahí, en mi corazón.
Dime... ¿Lo notas?
No lo hagas. No llores.
No. Solo, duerme.
----
Te escapas. Fugaz.
Te veo a lo lejos.
Yo, impasible.
----
Aroma frío.
Y..., y llamadas rotas.
Me voy a cenar.
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¿Otra vez? ¿Otra?
Qué. Qué es todo esto.
No te preguntes.
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Ése. Me odia.
Ése. El sol de verano.
Luna, vuelve tú.
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Yo no. Yo no. No.
No caigo. No me rindo.
Por que te quiero.
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La despedida...
Em... ¿qué? ¿La despedida?
Ay... Pues... Pues... Qué va.
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Y. El pasado.
El pasado lo rompe.
Lo rompe todo.
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Sí, sí. Te quiero.
¡Acertaste! Te amo.
Ven. Abrázame.
----
La noche grita.
Y el frío congela.
No hay sábanas.
----
Hunde tu mano.
Ahí, en mi corazón.
Dime... ¿Lo notas?
martes, 22 de julio de 2008
El niño corre ilusionado entre la hierba. Rozando con sus tobillos amapolas, margaritas, tulipanes, y pisando heces de caballo.
El niño es joven. El niño tan sólo tiene 8 años.
Y sus piernas enclenques siguen avanzando con un ritmo frenético. Todo lo frenético posible acorde con sus 8 años.
El niño sonríe. No deja de sonreír.
Y poco después, el niño, tras haber pisado ya siete o trece cagadas de caballo, decir quince ya sí que sería faltar a la Verdad, paso de sonreír a vomitar. A vomitar carcajadas. Sin sentido alguno. Era vomitar por vomitar. Eran de esas carcajadas que te ponen de los putos nervios. Putas carcajadas capaces de desencadenar un genocidio atómico.
Y sus piernas enclenques frenaron. Su vómito no.
El niño se dejó caer. Se deslizó en el aire y extendió su cuerpo desnudo en la hierba. Entre las amapolas, las margaritas, los tulipanes. Y entre las heces de caballo.
Sus párpados se cerraron y ocultaron sus ojos verdes. El vómito empezaba a perder intensidad y continuidad.
Acariciaba con sus manos unas margaritas. Su nuca estaba aplastando una amapola. Y sus nalgas estaban hundidas en heces.
En sus propias heces.
En ese punto, las carcajadas ya habían desparecido, y en su rostro había vuelto a florecer una gran sonrisa que parecía inamovible.
Su mente estaba en blanco. No es que no estuviera pensando en nada. No, estaba pensando en blanco. Estaba buceando en una masa infinita y eterna, blanca. Y sin él quererlo, sin él hacer nada, mientras seguía sumergido en un blanco puro y omnipotente, su pálido pene comenzó una erección. Su diminuto pene comenzó a ponerse duro. Un cosquilleo subió por sus tripas. Ya se le había puesto el pene erecto en otras ocasiones, pero él sintió que aquella era totalmente diferente. Dicha sensación ensució el blanco en el que estaba sumido, y en ese blanco aparecieron puntos y cráteres negros, morados, azulados, amarillos, marrones... Sus párpados dejaron al descubierto de nuevo sus ojos verdes.
Y el puto niño seguía con la maldita sonrisa en el rostro.
El pene ya estaba duro del todo. Y el niño empezó a rodar y dar vueltas entra la hierba. Entre las amapolas. Y las margaritas. Y los tulipanes. Y las heces. Las suyas y las de caballo.
Restregó sus ojos y su boca, y su pecho y su ombligo, y sus brazos y sus dedos, y sus nalgas y sus muslos, y sus rodillas y sus tobillos. Y su pene pálido y diminuto, erecto. Lo restregó todo contra todo. Las amapolas, las margaritas, los putos tulipanes y las heces.
Y empezó a soltar gemidos. Tímidos gemidos.
Rodaba y rodaba. Mientras el viento fresco soplaba y le acariciaba. Al niño. Y a todo lo que había allí.
Los gemidos, poco a poco, adquirían intensidad.
El niño no sabía qué era aquello que estaba experimentando. Pero disfrutaba. Mucho.
El niño jadeando de placer y también de cansancio, paró de rodar. Y quedó bocaarriba, mirando a la redonda e inmensa Luna. De color blanco. Con sus puntos y sus cráteres.
El pene seguía estando erecto.
Y, de repente, sin más, un hormigueo ascendió por su pálido y diminuto pene. Y sintió un golpe seco en el pecho, o en la tripa, o tal vez en la cabeza. No lo sabía bien. Pero había sentido una especie de golpe. Arqueó su cuerpo. Hundió su nunca con fuerza en la hierba, en unos tulipanes, la hundió tanto que se manchó la cabeza de tierra. Y sus tobillos también se hundieron en la hierba, en unas heces ya secas. Su cuerpo había tomado la figura de un puente.
Pero todo esto, aunque parezca que duró más, tan sólo duró 2 segundos. Dos putos y simples segundos.
Y tras esos dos putos y simples segundos, al tercero soltó un chillido, corto. Un gemido, más bien. Y su cuerpo volvió a una posición totalmente horizontal.
El niño. El niño de 8 años, no sabía qué coño era lo que había sucedido.
Pasó 2 minutos, dos putos y simples minutos, tumbado, con los párpados ocultando sus ojos verdes. Con la mente en blanco. Pero esta vez, sin pensar en nada. Y tras esos dos putos y simples minutos, sus párpados descubrieron sus ojos. Dejó su posición horizontal. Y se sentó.
Seguía sin saber qué coño había ocurrido.
Y se sentó. Con cuatro margaritas en su ojete del culo. Y dirigió la mirada de sus ojos verdes a su pálido y diminuto pene. Observó algo. Una mancha. Un resto de algo. Unas gotas. Un liquidillo. En la punta de su jodido pene. Pálido y diminuto. Era una mancha, un algo, unas gotas, un liquidillo... de color blanco.
Y el niño no sabía qué ostias podría ser aquello.
Pero la verdad es que no le importaba.
Se levantó. Se levantó. Y empezó a correr. Sus piernas enclenques avanzaron a un ritmo frenético. Todo lo frenético posible acorde con sus 8 años.
Como al principio.
Se puso a correr. Ilusionado. Rozando con sus tobillos amapolas, margaritas, tulipanes, y pisando heces de caballo.
Como al principio.
Empezó de nuevo a vomitar.
El niño es joven. El niño tan sólo tiene 8 años.
Y sus piernas enclenques siguen avanzando con un ritmo frenético. Todo lo frenético posible acorde con sus 8 años.
El niño sonríe. No deja de sonreír.
Y poco después, el niño, tras haber pisado ya siete o trece cagadas de caballo, decir quince ya sí que sería faltar a la Verdad, paso de sonreír a vomitar. A vomitar carcajadas. Sin sentido alguno. Era vomitar por vomitar. Eran de esas carcajadas que te ponen de los putos nervios. Putas carcajadas capaces de desencadenar un genocidio atómico.
Y sus piernas enclenques frenaron. Su vómito no.
El niño se dejó caer. Se deslizó en el aire y extendió su cuerpo desnudo en la hierba. Entre las amapolas, las margaritas, los tulipanes. Y entre las heces de caballo.
Sus párpados se cerraron y ocultaron sus ojos verdes. El vómito empezaba a perder intensidad y continuidad.
Acariciaba con sus manos unas margaritas. Su nuca estaba aplastando una amapola. Y sus nalgas estaban hundidas en heces.
En sus propias heces.
En ese punto, las carcajadas ya habían desparecido, y en su rostro había vuelto a florecer una gran sonrisa que parecía inamovible.
Su mente estaba en blanco. No es que no estuviera pensando en nada. No, estaba pensando en blanco. Estaba buceando en una masa infinita y eterna, blanca. Y sin él quererlo, sin él hacer nada, mientras seguía sumergido en un blanco puro y omnipotente, su pálido pene comenzó una erección. Su diminuto pene comenzó a ponerse duro. Un cosquilleo subió por sus tripas. Ya se le había puesto el pene erecto en otras ocasiones, pero él sintió que aquella era totalmente diferente. Dicha sensación ensució el blanco en el que estaba sumido, y en ese blanco aparecieron puntos y cráteres negros, morados, azulados, amarillos, marrones... Sus párpados dejaron al descubierto de nuevo sus ojos verdes.
Y el puto niño seguía con la maldita sonrisa en el rostro.
El pene ya estaba duro del todo. Y el niño empezó a rodar y dar vueltas entra la hierba. Entre las amapolas. Y las margaritas. Y los tulipanes. Y las heces. Las suyas y las de caballo.
Restregó sus ojos y su boca, y su pecho y su ombligo, y sus brazos y sus dedos, y sus nalgas y sus muslos, y sus rodillas y sus tobillos. Y su pene pálido y diminuto, erecto. Lo restregó todo contra todo. Las amapolas, las margaritas, los putos tulipanes y las heces.
Y empezó a soltar gemidos. Tímidos gemidos.
Rodaba y rodaba. Mientras el viento fresco soplaba y le acariciaba. Al niño. Y a todo lo que había allí.
Los gemidos, poco a poco, adquirían intensidad.
El niño no sabía qué era aquello que estaba experimentando. Pero disfrutaba. Mucho.
El niño jadeando de placer y también de cansancio, paró de rodar. Y quedó bocaarriba, mirando a la redonda e inmensa Luna. De color blanco. Con sus puntos y sus cráteres.
El pene seguía estando erecto.
Y, de repente, sin más, un hormigueo ascendió por su pálido y diminuto pene. Y sintió un golpe seco en el pecho, o en la tripa, o tal vez en la cabeza. No lo sabía bien. Pero había sentido una especie de golpe. Arqueó su cuerpo. Hundió su nunca con fuerza en la hierba, en unos tulipanes, la hundió tanto que se manchó la cabeza de tierra. Y sus tobillos también se hundieron en la hierba, en unas heces ya secas. Su cuerpo había tomado la figura de un puente.
Pero todo esto, aunque parezca que duró más, tan sólo duró 2 segundos. Dos putos y simples segundos.
Y tras esos dos putos y simples segundos, al tercero soltó un chillido, corto. Un gemido, más bien. Y su cuerpo volvió a una posición totalmente horizontal.
El niño. El niño de 8 años, no sabía qué coño era lo que había sucedido.
Pasó 2 minutos, dos putos y simples minutos, tumbado, con los párpados ocultando sus ojos verdes. Con la mente en blanco. Pero esta vez, sin pensar en nada. Y tras esos dos putos y simples minutos, sus párpados descubrieron sus ojos. Dejó su posición horizontal. Y se sentó.
Seguía sin saber qué coño había ocurrido.
Y se sentó. Con cuatro margaritas en su ojete del culo. Y dirigió la mirada de sus ojos verdes a su pálido y diminuto pene. Observó algo. Una mancha. Un resto de algo. Unas gotas. Un liquidillo. En la punta de su jodido pene. Pálido y diminuto. Era una mancha, un algo, unas gotas, un liquidillo... de color blanco.
Y el niño no sabía qué ostias podría ser aquello.
Pero la verdad es que no le importaba.
Se levantó. Se levantó. Y empezó a correr. Sus piernas enclenques avanzaron a un ritmo frenético. Todo lo frenético posible acorde con sus 8 años.
Como al principio.
Se puso a correr. Ilusionado. Rozando con sus tobillos amapolas, margaritas, tulipanes, y pisando heces de caballo.
Como al principio.
Empezó de nuevo a vomitar.
Sección:
Vomitonas de todos los colores
sábado, 5 de julio de 2008
Los dos. Los dos iban caminando por una calle la cual estaba casi exenta de gente. Iban caminando por una calle de la ciudad, una calle más, sin importancia. Hablando sobre algún tema que surgió de forma espontanea e imprevista. Iban caminando por una calle al lado de la cual se encontraba un gran parque. Un parque por el que ya habían estado paseando antes.
Y ahora iban caminando por una calle por la cual, en ese momento, el tránsito de gente era escaso. Iban caminando y hablando,
y en un momento dado uno de los dos se paró. Se detuvo. Y le señalo a su compañero una escena que estaba ocurriendo en ese momento, en el asfalto, en la acera.
Dos hormigas que, al parecer, se estaban peleando. Una de ellas era bastante más grande que la otra hormiga. Y daba la impresión de que estaban en una fuerte y acalorada pelea.
Los dos se detuvieron y se colocaron de cuclillas para contemplar esa escena tan curiosa. Cual espectadores de un circo romano. Cual espectadores de una pelea de gallos.
Parecía que la hormiga grande era la que llevaba la gran ventaja sobre la chiquitilla. Estaban en un tomaydaca. En un empuje furioso. Cada una con las patas delanteras en la cabeza de la otra. Empujando. Empujando tan fuerte como cada una podía. Y era la más grande de las dos la que tenía la sartén por el mango. La que arrastraba a la hormiga pequeña más y más.
Los dos amigos estaban muy atentos y expectantes. Ya no existía esa calle, no existía alguna pareja de personas que pasaba por aquel lugar y se quedaban extrañadas ante la imagen de dos personas de cuclillas observando a dos simples hormigas.
Solo existían esas dos hormigas, cada una usando todos sus esfuerzos para ganar esa batalla.
Sí. Pero la más pequeñita no se daba por rendida. Ni mucho menos. A pesar de la superioridad de su contricante y de que éste estaba dominando la situación, la hormiga más pequeña estaba aguantando. Aguantando. Resistiendo.
Se la veía sufrir, se la veía desear salir de allí lo más pronto posible. Pero aún así seguía resistiendo.
El asfalto, ahora, era un auténtico campo de batalla. Las baldosas, con sus huecos, sus fisuras... se habían convertido en el soporte de una pelea enfurecida de dos hormigas. En ese momento, todo los demás carecía de sentido alguno.
El asfalto, realmente, dejó de ser asfalto.
Los dos amigos estaban disfrutando como nunca. Al menos nunca habían disfrutado tanto, ni nunca se lo hubieran imaginado, con una dispusta de dos simples e insignificantes hormigas.
Comentaban cada movimiento. Cada empuje. Cada decaída de alguna de las dos contrincantes.
La pelea se ponía cada vez más interesante. Más intrigante.
¿Cuál iba a ser el desenlace de aquella imprevista y nuncavista disputa?
Nadie lo sabía. Ninguno de los dos.
Tal como estaba la cosa, podía parecer que la de mayor tamaño sería la vencedora. Pero era difícil afirmarlo al cienporcien al ver la resistencia de la otra hormiga.
El tomaydaca continuaba. Empuje. Y empuje. Y empuje.
La grande seguía arrastrando a la pequeña, pero había momentos en los que la pequeña lograba detener el empuje al que la estaba sometiendo su oponente.
Y llegó el momento álgido de la pelea. El decisivo. El más impresionante.
El de mayor suspense.
Los dos amigos afinaron su atención, su vista. Todos sus sentidos.
En una de las pequeñas franjas separadoras de las baldosas, la hormiga grande había encogido su cuerpo. Tenía su cuerpo doblado. Parecía que estaba en un apuro.
Y entonces.
Entonces...
Entonces la pequeña vio su momento. Y se aprovecho de él.
Entonces la pequeña escapó. Sí. Escapó.
Impresionante.
Se deshizo de su fuerte oponente y en el momento más crítico de éste huyó.
Logró huir. Y salir corriendo del lugar.
Los dos amigos se habían quedado alucinados. Impresionados. Comentaban con enorme sorpresa el hecho que acababan de presenciar.
Y la grande pareció quedarse desorientada y furiosa. Perpleja también. Su débil enemiga había conseguido escapar de sus garras.
Parecía estar buscando a su enemiga. Se movía intentando dilucidar dónde se hallaba.
Pero ya estaba muy lejos.
Ya... Ya era imposible.
Había sido genial. Reían. Y comentaban aquello. Ninguno de los dos se había visto nunca en una situación como aquella. Disfrutando como enanos de un acontecimiento sencillo y simple, en el que casi nadie hubiera reparado. Tal vez, ni ellos mismos en otro situación y momento.
Habían disfrutado considerablemente.
Y ya se empezaron a incorporar para seguir con su camino mientras proseguían hablando de la pelea y de lo que acaban de vivir.
Uno de los dos le comentó a su compañero una sensación que le golpeó en el pecho. Le comentó que, joder, habían vivido una experiencia divertida, extraña, pero muy divertida, habían visto y contemplado un rifirafe entre dos hormigas, y eso él lo consideraba un acto de seres vivos de la naturaleza maravilloso, dos simples e impercatables hormigas. Dos hormigas, indiferentes para todo el mundo. Se habían parado, y se habían quedado observando y viviendo eso. Pero, joder, esa situación con la que tanto habían disfrutado, esa situación... se podría haber esfumado con un simple pisotón. Una puta pisada. Sin más. Y nada de todo aquello habría ocurrido. Un paso. Simplemente eso. Una pisada. Una pisada habría aplastado a aquellas dos hormigas. No habrían reído, ni disfrutado, ni habrían estado ahí de cuclillas durante unos cuantos minutos. Nada más que un pisotón. Las dos hormigas no habrían luchado, no habrían realizado el recorrido que habían hecho entre empujones, no. Simple y llanamente, una pisada. Y la hormiga pequeña no habría tomado el camino de su huida.
Nada de todo aquello habría ocurrido.
Dos hormigas más, muertas y pisadas en medio del asfalto... Nada que tuviera importancia...
Y sin embargo, no había pasado eso. Habían vivido una expiriencia muy divertida.
Pero... una simple pisada... y...
Ya habían retomado su camino.
Y la hormiga grande, la que parecía más fuerte, seguía allí en medio, dando vueltas, buscando a su maldita contricante que parecía débil y estúpida, pero que había escapado.
Y a la hormiga pequeña ya no se la veía. No. La hormiga pequeña había emprendido su huida, tal vez nerviosa pero feliz por haber conseguido escapar. Tal vez nerviosa, pero feliz. Se podía decir, que ella, la pequeñaja y debilucha, había vencido.
Sí...
Un simple pistón...
Y ahora iban caminando por una calle por la cual, en ese momento, el tránsito de gente era escaso. Iban caminando y hablando,
y en un momento dado uno de los dos se paró. Se detuvo. Y le señalo a su compañero una escena que estaba ocurriendo en ese momento, en el asfalto, en la acera.
Dos hormigas que, al parecer, se estaban peleando. Una de ellas era bastante más grande que la otra hormiga. Y daba la impresión de que estaban en una fuerte y acalorada pelea.
Los dos se detuvieron y se colocaron de cuclillas para contemplar esa escena tan curiosa. Cual espectadores de un circo romano. Cual espectadores de una pelea de gallos.
Parecía que la hormiga grande era la que llevaba la gran ventaja sobre la chiquitilla. Estaban en un tomaydaca. En un empuje furioso. Cada una con las patas delanteras en la cabeza de la otra. Empujando. Empujando tan fuerte como cada una podía. Y era la más grande de las dos la que tenía la sartén por el mango. La que arrastraba a la hormiga pequeña más y más.
Los dos amigos estaban muy atentos y expectantes. Ya no existía esa calle, no existía alguna pareja de personas que pasaba por aquel lugar y se quedaban extrañadas ante la imagen de dos personas de cuclillas observando a dos simples hormigas.
Solo existían esas dos hormigas, cada una usando todos sus esfuerzos para ganar esa batalla.
Sí. Pero la más pequeñita no se daba por rendida. Ni mucho menos. A pesar de la superioridad de su contricante y de que éste estaba dominando la situación, la hormiga más pequeña estaba aguantando. Aguantando. Resistiendo.
Se la veía sufrir, se la veía desear salir de allí lo más pronto posible. Pero aún así seguía resistiendo.
El asfalto, ahora, era un auténtico campo de batalla. Las baldosas, con sus huecos, sus fisuras... se habían convertido en el soporte de una pelea enfurecida de dos hormigas. En ese momento, todo los demás carecía de sentido alguno.
El asfalto, realmente, dejó de ser asfalto.
Los dos amigos estaban disfrutando como nunca. Al menos nunca habían disfrutado tanto, ni nunca se lo hubieran imaginado, con una dispusta de dos simples e insignificantes hormigas.
Comentaban cada movimiento. Cada empuje. Cada decaída de alguna de las dos contrincantes.
La pelea se ponía cada vez más interesante. Más intrigante.
¿Cuál iba a ser el desenlace de aquella imprevista y nuncavista disputa?
Nadie lo sabía. Ninguno de los dos.
Tal como estaba la cosa, podía parecer que la de mayor tamaño sería la vencedora. Pero era difícil afirmarlo al cienporcien al ver la resistencia de la otra hormiga.
El tomaydaca continuaba. Empuje. Y empuje. Y empuje.
La grande seguía arrastrando a la pequeña, pero había momentos en los que la pequeña lograba detener el empuje al que la estaba sometiendo su oponente.
Y llegó el momento álgido de la pelea. El decisivo. El más impresionante.
El de mayor suspense.
Los dos amigos afinaron su atención, su vista. Todos sus sentidos.
En una de las pequeñas franjas separadoras de las baldosas, la hormiga grande había encogido su cuerpo. Tenía su cuerpo doblado. Parecía que estaba en un apuro.
Y entonces.
Entonces...
Entonces la pequeña vio su momento. Y se aprovecho de él.
Entonces la pequeña escapó. Sí. Escapó.
Impresionante.
Se deshizo de su fuerte oponente y en el momento más crítico de éste huyó.
Logró huir. Y salir corriendo del lugar.
Los dos amigos se habían quedado alucinados. Impresionados. Comentaban con enorme sorpresa el hecho que acababan de presenciar.
Y la grande pareció quedarse desorientada y furiosa. Perpleja también. Su débil enemiga había conseguido escapar de sus garras.
Parecía estar buscando a su enemiga. Se movía intentando dilucidar dónde se hallaba.
Pero ya estaba muy lejos.
Ya... Ya era imposible.
Había sido genial. Reían. Y comentaban aquello. Ninguno de los dos se había visto nunca en una situación como aquella. Disfrutando como enanos de un acontecimiento sencillo y simple, en el que casi nadie hubiera reparado. Tal vez, ni ellos mismos en otro situación y momento.
Habían disfrutado considerablemente.
Y ya se empezaron a incorporar para seguir con su camino mientras proseguían hablando de la pelea y de lo que acaban de vivir.
Uno de los dos le comentó a su compañero una sensación que le golpeó en el pecho. Le comentó que, joder, habían vivido una experiencia divertida, extraña, pero muy divertida, habían visto y contemplado un rifirafe entre dos hormigas, y eso él lo consideraba un acto de seres vivos de la naturaleza maravilloso, dos simples e impercatables hormigas. Dos hormigas, indiferentes para todo el mundo. Se habían parado, y se habían quedado observando y viviendo eso. Pero, joder, esa situación con la que tanto habían disfrutado, esa situación... se podría haber esfumado con un simple pisotón. Una puta pisada. Sin más. Y nada de todo aquello habría ocurrido. Un paso. Simplemente eso. Una pisada. Una pisada habría aplastado a aquellas dos hormigas. No habrían reído, ni disfrutado, ni habrían estado ahí de cuclillas durante unos cuantos minutos. Nada más que un pisotón. Las dos hormigas no habrían luchado, no habrían realizado el recorrido que habían hecho entre empujones, no. Simple y llanamente, una pisada. Y la hormiga pequeña no habría tomado el camino de su huida.
Nada de todo aquello habría ocurrido.
Dos hormigas más, muertas y pisadas en medio del asfalto... Nada que tuviera importancia...
Y sin embargo, no había pasado eso. Habían vivido una expiriencia muy divertida.
Pero... una simple pisada... y...
Ya habían retomado su camino.
Y la hormiga grande, la que parecía más fuerte, seguía allí en medio, dando vueltas, buscando a su maldita contricante que parecía débil y estúpida, pero que había escapado.
Y a la hormiga pequeña ya no se la veía. No. La hormiga pequeña había emprendido su huida, tal vez nerviosa pero feliz por haber conseguido escapar. Tal vez nerviosa, pero feliz. Se podía decir, que ella, la pequeñaja y debilucha, había vencido.
Sí...
Un simple pistón...
miércoles, 25 de junio de 2008
domingo, 1 de junio de 2008
Todas las tardes caminaba por la misma calle de siempre, y todas las tardes entraba en la misma tienda de siempre. Y miraba el reloj, y casi siempre rondaba la misma hora, las 18:11-18:16. Y el dependiente siempre le miraba inquisitivamente, pero con una mediosonrisa.
Nunca esperes que el tiempo te devuelva la vida.
Vivía con su abuelo. Marino. Así se llamaba su abuelo. Tenía en su cara las lágrimas de toda una vida de trabajo, y soledad, y dolor. Tenía en sus ojos marcado el rechazo y el abandono que había sufrido por parte de los que a lo largo de su vida habían estado a su alrededor.
Vivía con su abuelo, desde que sus padres y sus dos hermanos sufrieran un accidente de tráfico y murieran en él. 76 años tenía Marino cuando ocurrió el accidente. 9 tenía Isaac.
Nunca esperes que el tiempo salde tus cuentas.
Se mudaron a otra ciudad. Lejos. Lejos del pasado. Se intentaron alejar del pasado. Pero en realidad era Marino quien quería huir, escapar. Lo llevaba queriendo hacer desde siempre. Y ahí tenía su oportunidad. Su oportunidad para volar de su vida. Ya no le quedaba nada, nada. Había perido a la mujer con la que tantos años estuvo. Había perdido a su hijo en accidente. Había perdido a sus hermanos. A sus padres a una edad temprana. Y la poca familia que le quedaba nunca se acordaba de él. Nada. Solo le quedaba el hijo de su hijo. Solo le quedaba un chavalín al que sentía la necesidad de cuidar.
En realidad, solo le quedaba él mismo.
Nunca esperes que el tiempo arregle las cosas.
Isaac creció con su abuelo. Isaac cumplió 10 años. 11 años. 12 años. 13 años. 15 años. Isaac vio a su abuelo, día tras día, intentar ocultar todas sus vivencias. Todo lo que había hecho mal. Y bien. Todo.
Isaac siempre intentaba cuidar de su abuelo todo lo que podía. Miraba a su abuelo, y veía en sus ojos la muerte inevitable. Veía la derrota permanente. La perdida. Las lágrimas de pólvora.
Su abuelo casi nunca salía de casa. Siempre se quedaba sentado en una mecedora, arropado con una manta, y viendo el futuro pasar através del cristal de su ventana. Viendo la vida de los demás. Viendo pasos, y risas, y carreras, y llantos, y peleas, y... Y... Pero él solo reconocía en todo eso un futuro de muerte y derrota como lo fue el suyo. Nada de lo que veía le hacía sentir envidia, sino más bien pena, más bien impotencia, más bien deseo de parar todo ese transcurso de la vida.
Siempre lloraba por dentro cuando veía a su nieto levantarse todas las mañanas, cuando le veía prepararse el desayuno, cuando le veía preparar su mochila e irse al colegio. Siempre lloraba por dentro cuando le veía estudiar, y sonreír, y jugar con sus amigos.
Siempre lloraba cuando le miraba a los ojos y se veía a sí mismo.
Siempre lloraba cuando veía a su nieto y se veía a sí mismo, cuando se veía así mismo albergando esperanzas de que las cosas podrían ir bien. De que las cosas podrían salir bien.
Nunca esperes que el tiempo mantenga vivo todo aquello que quieres.
Todo aquello que desearías que nunca muriera.
Isaac, todos los días, tras llegar del colegio a las 17:43 y tras estar en su casa un rato, bajaba a la calle para darse un paseo, para contemplar todo aquello que su abuelo veía muerto, y que él sin embargo contemplaba como normal. Como vivo.
Y cruzaba la calle, y entraba en la misma tienda de siempre. "Ultramarinos Julián". Siempre rondando la misma hora de siempre. Y le hacía le compra a su abuelo, aunque éste siempre le dijera que no lo hiciera. Siempre le compraba un poco de comida y demás. Y el dependiente le miraba inquisitivamente. Y siempre se le dibujaba una mediasonrisa. Conocía al chico desde hace ya años, y siempre le veía caminar y comprar y vivir con dedicación a su abuelo. Siempre le miraba y se decía para sus adentros que de nada serviría todo eso.
El tendero sabía que nada resucitaría el ambiente muerto que veía Marino.
Uno de todos esos días en los que bajaba y paseaba y compraba las cosas a su abuelo, uno de todos eso días en que cruzaba la misma calle de siempre, como siempre, con la misma hora de siempre rondando, uno de todo esos días, un coche embisitió a Isaac. Le atropelló. Y murió en el instante. Salió el tendero a socorrerle. Todo el mundo se paró. Todo se paró.
Y todo aquello lo veía su abuelo, desde su habitación, arropado, meciéndose, mirando através de la ventana. Como siempre. Contemplando todo ese mundo muerto.
Y una lágrima se derramó por su mejilla.
Todo se paró.
Y los ojos de Marino se cerraron. Y la silla dejó de mecerse.
Todo se paró.
Todo...
Al fin.
Nunca esperes que el tiempo resucite lo que está muerto.
Nunca esperes que el tiempo te devuelva la vida.
Vivía con su abuelo. Marino. Así se llamaba su abuelo. Tenía en su cara las lágrimas de toda una vida de trabajo, y soledad, y dolor. Tenía en sus ojos marcado el rechazo y el abandono que había sufrido por parte de los que a lo largo de su vida habían estado a su alrededor.
Vivía con su abuelo, desde que sus padres y sus dos hermanos sufrieran un accidente de tráfico y murieran en él. 76 años tenía Marino cuando ocurrió el accidente. 9 tenía Isaac.
Nunca esperes que el tiempo salde tus cuentas.
Se mudaron a otra ciudad. Lejos. Lejos del pasado. Se intentaron alejar del pasado. Pero en realidad era Marino quien quería huir, escapar. Lo llevaba queriendo hacer desde siempre. Y ahí tenía su oportunidad. Su oportunidad para volar de su vida. Ya no le quedaba nada, nada. Había perido a la mujer con la que tantos años estuvo. Había perdido a su hijo en accidente. Había perdido a sus hermanos. A sus padres a una edad temprana. Y la poca familia que le quedaba nunca se acordaba de él. Nada. Solo le quedaba el hijo de su hijo. Solo le quedaba un chavalín al que sentía la necesidad de cuidar.
En realidad, solo le quedaba él mismo.
Nunca esperes que el tiempo arregle las cosas.
Isaac creció con su abuelo. Isaac cumplió 10 años. 11 años. 12 años. 13 años. 15 años. Isaac vio a su abuelo, día tras día, intentar ocultar todas sus vivencias. Todo lo que había hecho mal. Y bien. Todo.
Isaac siempre intentaba cuidar de su abuelo todo lo que podía. Miraba a su abuelo, y veía en sus ojos la muerte inevitable. Veía la derrota permanente. La perdida. Las lágrimas de pólvora.
Su abuelo casi nunca salía de casa. Siempre se quedaba sentado en una mecedora, arropado con una manta, y viendo el futuro pasar através del cristal de su ventana. Viendo la vida de los demás. Viendo pasos, y risas, y carreras, y llantos, y peleas, y... Y... Pero él solo reconocía en todo eso un futuro de muerte y derrota como lo fue el suyo. Nada de lo que veía le hacía sentir envidia, sino más bien pena, más bien impotencia, más bien deseo de parar todo ese transcurso de la vida.
Siempre lloraba por dentro cuando veía a su nieto levantarse todas las mañanas, cuando le veía prepararse el desayuno, cuando le veía preparar su mochila e irse al colegio. Siempre lloraba por dentro cuando le veía estudiar, y sonreír, y jugar con sus amigos.
Siempre lloraba cuando le miraba a los ojos y se veía a sí mismo.
Siempre lloraba cuando veía a su nieto y se veía a sí mismo, cuando se veía así mismo albergando esperanzas de que las cosas podrían ir bien. De que las cosas podrían salir bien.
Nunca esperes que el tiempo mantenga vivo todo aquello que quieres.
Todo aquello que desearías que nunca muriera.
Isaac, todos los días, tras llegar del colegio a las 17:43 y tras estar en su casa un rato, bajaba a la calle para darse un paseo, para contemplar todo aquello que su abuelo veía muerto, y que él sin embargo contemplaba como normal. Como vivo.
Y cruzaba la calle, y entraba en la misma tienda de siempre. "Ultramarinos Julián". Siempre rondando la misma hora de siempre. Y le hacía le compra a su abuelo, aunque éste siempre le dijera que no lo hiciera. Siempre le compraba un poco de comida y demás. Y el dependiente le miraba inquisitivamente. Y siempre se le dibujaba una mediasonrisa. Conocía al chico desde hace ya años, y siempre le veía caminar y comprar y vivir con dedicación a su abuelo. Siempre le miraba y se decía para sus adentros que de nada serviría todo eso.
El tendero sabía que nada resucitaría el ambiente muerto que veía Marino.
Uno de todos esos días en los que bajaba y paseaba y compraba las cosas a su abuelo, uno de todos eso días en que cruzaba la misma calle de siempre, como siempre, con la misma hora de siempre rondando, uno de todo esos días, un coche embisitió a Isaac. Le atropelló. Y murió en el instante. Salió el tendero a socorrerle. Todo el mundo se paró. Todo se paró.
Y todo aquello lo veía su abuelo, desde su habitación, arropado, meciéndose, mirando através de la ventana. Como siempre. Contemplando todo ese mundo muerto.
Y una lágrima se derramó por su mejilla.
Todo se paró.
Y los ojos de Marino se cerraron. Y la silla dejó de mecerse.
Todo se paró.
Todo...
Al fin.
Nunca esperes que el tiempo resucite lo que está muerto.
jueves, 1 de mayo de 2008
-¡Deja de perder el tiempo, joder!
-¿Que deje de perder el tiempo? No sabes de qué hostias hablas, eres un puto gilipollas, como todos los demás. No me comprenderías.
- ¿De qué coño hablas? Lo único que digo es que no tengo ni puta idea de qué estás haciendo con tu vida, estás desperdiciándola. Tú nunca has sido así. Tú eres un chaval inteligente, y con mucho potencial. Pero lo tienes que aprovechar, porque sino...
-¡Sino, ¿qué?! ¡¿qué, qué?! Joder, estoy harto, estoy más que harto, no aguanto más... ¿Quién coño te crees que eres?
-¡Joder, no entiendo qué te pasa! ¿qué te pasa? Me lo puedes contar. Confía en mí.
-Una mierda que confíe en tí. Estoy harto de confiar y confiar.
-Mira, tranqulízate, lo que yo quiero decirte es que estás tirando tu vida por la borda, y como sigas así no va haber posible vuelta atrás. Tienes mucho camino por delante, y un buen camino. Aprovéchalo, aprovecha tu puta inteligencia. Déjate de chorradas y estupideces y cosas sin importancia, procura ser alguien de provecho. Procura ser Alguien. Porque tú puedes. Coño, tú puedes. Hay otros que no tienen la suerte que tú, y mírate, jodiéndote a tí mismo.
- ¡Calla, calla, cállate la puta boca! No tienes ni puta idea, estoy harto de tus palabras, estoy harto de las palabras de todos los demás. Harto de vuestras palabras. Estoy hasta las pelotas de que me pretendáis ayudar. No quiero vuestra mierda de ayuda. Sois unos malditos imbéciles. Vosotros, vosotros, sois vosotros los puñeteros culpables de que esté como estoy, muerto en vida, en medio de algo que no sé lo que es, caminando y "viviendo" en un sitio y de un modo que odio. Sois vosotros los que me habéis jodido la vida. Sois vosotros a los que os tendría que rajar el puto cuello. Yo no estoy tirando mi vida por la borda, no, no, joder, lo que estoy haciendo es intentando huir y escapar de toda esta mierda que me han impuesto desde que nací. Solo estoy intentando saber cómo puedo hacer volar esto por los aires. Solo quiero vivir. Vivir. ¡VIVIR! Y lo que no quiero es veros más, oiros más, no quiero vuestras vomitivas enseñanzas morales, meteos vuestros putos consejos por el culo. Cortaos las venas. Pero a mí dejadme en paz de una vez por todas. Tú eres uno más, uno más de todos esos hijosdeputa que me vienen con sus buenas palabras, alagándome y diciéndome qué coño tengo que hacer con esta muerte que vosotros os empeñáis en llamar vida. Te odio. A tí y a todos los demás. Tú eres un puto desgraciado, un puto inútil y un gilipollas esclavo, así que, entérate bien, no intentes convertirme a mí en todo eso.
-...
-Joder, no puedo más. No puedo más. Odio vuestras putas miradas de compasión, de pena. Odio vuestras miradas que me dicen: "Ay, pobrecillo, está desperdiciando su vida, pobrecillo..., lo está echando todo a perder...".
No os puedo sorportar más.
No puedo soportar más esta muerte.
De verdad que no puedo. Y no puedo seguir así. Soy un idiota, porque soy incapaz de dar el paso final. El salto definitivo. Porque no sé como hacerlo. Porque todavía hay un montón de cosas que me atan, y no puedo aguantar éso. No. No puedo... ¡¡¡JODER!!! ¿Qué coño hago?...
... Tal vez, sí, puede que lo esté echando todo a perder, pero dentro de mí siento que es eso exactamente lo que necesito. Echar a perder toda la mierda que me habéis metido dentro.
Porque siento que tendo que tirar por la borda toda esta basura.
Porque lo que sí que tengo claro es que quiero vivir...
¡VIVIR!
-¿Que deje de perder el tiempo? No sabes de qué hostias hablas, eres un puto gilipollas, como todos los demás. No me comprenderías.
- ¿De qué coño hablas? Lo único que digo es que no tengo ni puta idea de qué estás haciendo con tu vida, estás desperdiciándola. Tú nunca has sido así. Tú eres un chaval inteligente, y con mucho potencial. Pero lo tienes que aprovechar, porque sino...
-¡Sino, ¿qué?! ¡¿qué, qué?! Joder, estoy harto, estoy más que harto, no aguanto más... ¿Quién coño te crees que eres?
-¡Joder, no entiendo qué te pasa! ¿qué te pasa? Me lo puedes contar. Confía en mí.
-Una mierda que confíe en tí. Estoy harto de confiar y confiar.
-Mira, tranqulízate, lo que yo quiero decirte es que estás tirando tu vida por la borda, y como sigas así no va haber posible vuelta atrás. Tienes mucho camino por delante, y un buen camino. Aprovéchalo, aprovecha tu puta inteligencia. Déjate de chorradas y estupideces y cosas sin importancia, procura ser alguien de provecho. Procura ser Alguien. Porque tú puedes. Coño, tú puedes. Hay otros que no tienen la suerte que tú, y mírate, jodiéndote a tí mismo.
- ¡Calla, calla, cállate la puta boca! No tienes ni puta idea, estoy harto de tus palabras, estoy harto de las palabras de todos los demás. Harto de vuestras palabras. Estoy hasta las pelotas de que me pretendáis ayudar. No quiero vuestra mierda de ayuda. Sois unos malditos imbéciles. Vosotros, vosotros, sois vosotros los puñeteros culpables de que esté como estoy, muerto en vida, en medio de algo que no sé lo que es, caminando y "viviendo" en un sitio y de un modo que odio. Sois vosotros los que me habéis jodido la vida. Sois vosotros a los que os tendría que rajar el puto cuello. Yo no estoy tirando mi vida por la borda, no, no, joder, lo que estoy haciendo es intentando huir y escapar de toda esta mierda que me han impuesto desde que nací. Solo estoy intentando saber cómo puedo hacer volar esto por los aires. Solo quiero vivir. Vivir. ¡VIVIR! Y lo que no quiero es veros más, oiros más, no quiero vuestras vomitivas enseñanzas morales, meteos vuestros putos consejos por el culo. Cortaos las venas. Pero a mí dejadme en paz de una vez por todas. Tú eres uno más, uno más de todos esos hijosdeputa que me vienen con sus buenas palabras, alagándome y diciéndome qué coño tengo que hacer con esta muerte que vosotros os empeñáis en llamar vida. Te odio. A tí y a todos los demás. Tú eres un puto desgraciado, un puto inútil y un gilipollas esclavo, así que, entérate bien, no intentes convertirme a mí en todo eso.
-...
-Joder, no puedo más. No puedo más. Odio vuestras putas miradas de compasión, de pena. Odio vuestras miradas que me dicen: "Ay, pobrecillo, está desperdiciando su vida, pobrecillo..., lo está echando todo a perder...".
No os puedo sorportar más.
No puedo soportar más esta muerte.
De verdad que no puedo. Y no puedo seguir así. Soy un idiota, porque soy incapaz de dar el paso final. El salto definitivo. Porque no sé como hacerlo. Porque todavía hay un montón de cosas que me atan, y no puedo aguantar éso. No. No puedo... ¡¡¡JODER!!! ¿Qué coño hago?...
... Tal vez, sí, puede que lo esté echando todo a perder, pero dentro de mí siento que es eso exactamente lo que necesito. Echar a perder toda la mierda que me habéis metido dentro.
Porque siento que tendo que tirar por la borda toda esta basura.
Porque lo que sí que tengo claro es que quiero vivir...
¡VIVIR!
domingo, 30 de marzo de 2008
Solo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor para podernos dar cuenta de que cada día somos menos protagonistas y partícipes de nuestra vida. A todos los niveles que puedas imaginar.
Necesitamos escapar de nuestra desgracia, de nuestro desastre, de nuestra miseria, de nuestra puta realidad, de la vida que supuestamente tenemos. Necesitamos olvidarnos de todo eso. Necesitamos olvidar que somos unxs malditxs esclavxs, unas malditas marionetas. Olvidar que no somos más que una pieza en todo este engranaje autoritario, destructivo y genocida.
Ya desde el momento en que nacimos nos convertimos en un objeto y dejamos de ser, no ya seres humanos, simplemente dejamos nuestra condición de seres vivos que desarrollan su vida en un entorno natural, saludable y de plena libertad.
Entonces no nos ha de extrañar –en mi caso por lo menos no ocurre- el hecho de que la gente necesite, cada vez más, ahogar su rutinaria y plastificada existencia. Nadie puede rebatir que ésto esté ocurriendo, ya que sería una muestra de negación evidente de la realidad.
Vivir nuestra vida en tercera persona, olvidar por un tiempo determinado nuestra vida, hacer uso de lo que el sistema nos ofrece en un intento de mejorar, alegrar, “enriquecer”… nuestra vida. Todo esto se pone cada vez más de manifiesto. Y la verdad es que no sé si dan ganas de llorar, de reír o de matar –la verdad es que dan ganas las tres-.
Y para hacer todo lo que he mencionado se usan diversos métodos, mecanismos, formas… llámalo como te plazca.
Por ejemplo la televisión y todo lo que ésta vomita es uno de esos métodos muy eficaces para poder olvidarnos por unos momentos de nuestra existencia. Concursos que embotan la mente, series y telenovelas que nos trasportan a otra realidad inexistente que logra que se esfume de nuestra cabeza la verdadera y horrorosa realidad, debates estúpidos e inservibles que captan nuestra atención y nuestra capacidad de razonamiento,… La cuestión principal es el lograr “relajarnos”, el lograr sumergirnos en un estado vegetal.
¿Qué sensación te produce la imagen de una persona riéndose, o llorando, o gritando, o, simplemente, con un gesto en la cara de profunda atención, mientras ve la tele?...
¿Para qué alguien necesitaría contemplar y sumergirse, como dije antes, en otra realidad que nos “entretenga” y nos produzca sentimientos y sensaciones enlatadas?
¿Para qué otra cosa sino para olvidarse por unos instantes de su propia realidad, de sus problemas, de sus agobios, de su trabajo, de su familia, de sus frustraciones, de su esclavitud; de su día a día que le consume y le tortura?
Y junto al ejemplo de la televisión podríamos incluir sin ninguna duda las revistas, los videojuegos e incluso los libros –y otros tantos ejemplos que podríamos citar-.
Porque, pregunto de nuevo, ¿para qué alguien necesitaría, por ejemplo, ver la televisión si su vida fuera una vida de felicidad, plenitud, libertad, salud…?
¿Para qué necesitaría ese alguien transportarse e introducirse en otras realidades que le consolasen o le desactivasen su cerebro?
Otras formas de ahogar nuestra existencia pueden ser los medicamentos y/o las drogas –que, al fin y al cabo, son exactamente lo mismo-. Diversas drogas y diversas pastillas, jarabes y demás… son usadas por la gente para poder olvidarse de su vida por un período de tiempo determinado. Para poder tranquilizarse, para poder dormirse, para poder “liberarse”, para poder “divertirse”, para… Otra vez, de nuevo, lo mismo. Un intento de esfumar nuestra existencia y nuestro día a día, nuestra realidad, de la cabeza.
En definitiva, todo lo que pone el Sistema al alcance de nuestras manos, lo cogemos, lo utilizamos sin dudarlo. Y lo hacemos para poder hundir nuestra maldita vida, ésa que seríamos incapaces de sobrellevar sino fuera por todo lo que he mencionado.
Cada vez estamos más asqueados con nuestra vida, cada vez es más falsa y más de cartón-piedra, cada vez somos unos objetos más pulidos y perfeccionados. Cada vez necesitamos más instrumentos, métodos y formas que logren el que podamos escapar de nuestro día a día.
Y necesitamos cada vez más instrumentos-métodos-formas porque la Realidad es cada vez más insoportable, destructiva, holocaústica y denigrante.
Necesitamos escapar de nuestra desgracia, de nuestro desastre, de nuestra miseria, de nuestra puta realidad, de la vida que supuestamente tenemos. Necesitamos olvidarnos de todo eso. Necesitamos olvidar que somos unxs malditxs esclavxs, unas malditas marionetas. Olvidar que no somos más que una pieza en todo este engranaje autoritario, destructivo y genocida.
Ya desde el momento en que nacimos nos convertimos en un objeto y dejamos de ser, no ya seres humanos, simplemente dejamos nuestra condición de seres vivos que desarrollan su vida en un entorno natural, saludable y de plena libertad.
Entonces no nos ha de extrañar –en mi caso por lo menos no ocurre- el hecho de que la gente necesite, cada vez más, ahogar su rutinaria y plastificada existencia. Nadie puede rebatir que ésto esté ocurriendo, ya que sería una muestra de negación evidente de la realidad.
Vivir nuestra vida en tercera persona, olvidar por un tiempo determinado nuestra vida, hacer uso de lo que el sistema nos ofrece en un intento de mejorar, alegrar, “enriquecer”… nuestra vida. Todo esto se pone cada vez más de manifiesto. Y la verdad es que no sé si dan ganas de llorar, de reír o de matar –la verdad es que dan ganas las tres-.
Y para hacer todo lo que he mencionado se usan diversos métodos, mecanismos, formas… llámalo como te plazca.
Por ejemplo la televisión y todo lo que ésta vomita es uno de esos métodos muy eficaces para poder olvidarnos por unos momentos de nuestra existencia. Concursos que embotan la mente, series y telenovelas que nos trasportan a otra realidad inexistente que logra que se esfume de nuestra cabeza la verdadera y horrorosa realidad, debates estúpidos e inservibles que captan nuestra atención y nuestra capacidad de razonamiento,… La cuestión principal es el lograr “relajarnos”, el lograr sumergirnos en un estado vegetal.
¿Qué sensación te produce la imagen de una persona riéndose, o llorando, o gritando, o, simplemente, con un gesto en la cara de profunda atención, mientras ve la tele?...
¿Para qué alguien necesitaría contemplar y sumergirse, como dije antes, en otra realidad que nos “entretenga” y nos produzca sentimientos y sensaciones enlatadas?
¿Para qué otra cosa sino para olvidarse por unos instantes de su propia realidad, de sus problemas, de sus agobios, de su trabajo, de su familia, de sus frustraciones, de su esclavitud; de su día a día que le consume y le tortura?
Y junto al ejemplo de la televisión podríamos incluir sin ninguna duda las revistas, los videojuegos e incluso los libros –y otros tantos ejemplos que podríamos citar-.
Porque, pregunto de nuevo, ¿para qué alguien necesitaría, por ejemplo, ver la televisión si su vida fuera una vida de felicidad, plenitud, libertad, salud…?
¿Para qué necesitaría ese alguien transportarse e introducirse en otras realidades que le consolasen o le desactivasen su cerebro?
Otras formas de ahogar nuestra existencia pueden ser los medicamentos y/o las drogas –que, al fin y al cabo, son exactamente lo mismo-. Diversas drogas y diversas pastillas, jarabes y demás… son usadas por la gente para poder olvidarse de su vida por un período de tiempo determinado. Para poder tranquilizarse, para poder dormirse, para poder “liberarse”, para poder “divertirse”, para… Otra vez, de nuevo, lo mismo. Un intento de esfumar nuestra existencia y nuestro día a día, nuestra realidad, de la cabeza.
En definitiva, todo lo que pone el Sistema al alcance de nuestras manos, lo cogemos, lo utilizamos sin dudarlo. Y lo hacemos para poder hundir nuestra maldita vida, ésa que seríamos incapaces de sobrellevar sino fuera por todo lo que he mencionado.
Cada vez estamos más asqueados con nuestra vida, cada vez es más falsa y más de cartón-piedra, cada vez somos unos objetos más pulidos y perfeccionados. Cada vez necesitamos más instrumentos, métodos y formas que logren el que podamos escapar de nuestro día a día.
Y necesitamos cada vez más instrumentos-métodos-formas porque la Realidad es cada vez más insoportable, destructiva, holocaústica y denigrante.
domingo, 9 de marzo de 2008
El bebé, cuando es llevado al hogar de su madre ya conoce a fondo cómo es la vida. A un nivel preconsciente que determinará todas sus impresiones posteriores, al igual que las determina ahora, sabe que la vida es insoportablemente solitaria, que no responde a sus señales y que está llena de sufrimiento.
En una unidad de neonatología de las maternidades de la civilización occidental hay muy pocas posibilidades de recibir el consuelo de una mamá loba. El recién nacido, cuya piel está pidiendo a gritos volver a sentir aquella carne suave, cálida y viva con la que estaba en contacto, es envuelto en una tela seca e inerte. Es colocado en una caja y dejado ahí, por más que llore, en un limbo donde no hay el menor movimiento (por primera vez en toda la experiencia de su cuerpo, en los siglos de evolución o en la eternidad vivida en el útero).
Los únicos sonidos que puede oír son los gemidos de otras víctimas que están sufriendo el mismo indescriptible tormento. Puede que los sonidos no signifiquen nada para él. El bebé no cesa de llorar; sus pulmones, que no están acostumbrados al aire, se sobre esfuerzan con la desesperación que hay en su corazón. No acude nadie. Confiando en la perfección de la vida, como debe hacer por naturaleza, efectúa el único acto que puede hacer, que es llorar. Hasta que, después de haber pasado un tiempo que para él es una eternidad, se duerme agotado.
Más tarde se despierta en el vago terror que le produce el silencio, la inmovilidad. Se echa a llorar. Todo su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies, está embargado por un ardiente anhelo y deseo, por una intolerable impaciencia. Respira con dificultad y chilla hasta sentir que su palpitante cabeza está a punto de estallar. Llora hasta que el pecho y la garganta le duelen. Ya no puede soportar más el dolor y sus sollozos se van apagando hasta calmarse. Ahora se pone a escuchar. Abre las manos y las vuelve a cerrar apretando los puños. Mueve la cabeza de un lado a otro. Nada parece ayudarle. El sufrimiento es insoportable. Se echa de nuevo a llorar, pero supone demasiado esfuerzo para su dolorida garganta y al cabo de poco vuelve a callarse. Tensa su atormentado y anhelante cuerpo y siente un poco de consuelo. Agita las manos y patalea con los pies. Se detiene, sufriendo, incapaz de pensar o de tener esperanzas. Se pone a escuchar. De nuevo cae dormido.
Al despertar se hace pipí en los pañales y el suceso le distrae de su tormento. Pero el agradable acto de orinar y la cálida, húmeda y fluida sensación que siente alrededor de la parte inferior de su cuerpo desaparecen rápidamente. El calor se inmoviliza ahora y se vuelve frío y pegajoso. El pequeño patalea, tensa el cuerpo, llora a lágrima viva. Desesperado a causa del intenso deseo de contacto que le acucia, rodeado de un entorno inerte, húmedo e incómodo, expresa llorando desconsoladamente su infelicidad hasta que se tranquiliza con su solitario sueño.
De pronto, alguien lo levanta; vuelve a creer que va a obtener aquello que tanto desea. Le sacan el pañal. Se siente aliviado. Unas manos vivas le tocan la piel. Levantándole los pies, le envuelven el bajo vientre con otro paño seco y sin vida. Al cabo de un momento es como si las manos y el pañal húmedo no hubieran existido nunca. No hay ningún recuerdo consciente, ninguna chispa de esperanza. Se encuentra en medio de un vacío insoportable, eterno, inmóvil y silencioso, lleno de un intenso, intensísimo deseo de vital contacto. Su continuum intenta utilizar las medidas de emergencia de que dispone, pero todas están concebidas para unir los breves espacios de tiempo en los que permanecerá sin recibir el trato correcto o para pedir consuelo a alguien (que se supone) que desea dárselo. Su continuum no tiene ninguna solución para una situación tan extrema. Ésta supera su basta experiencia. La naturaleza del bebé, aunque el pequeño sólo haga algunas horas que respire, ha llegado a tal punto de desorientación que la situación supera a la fuerza salvadora de su poderoso continuum. La experiencia vivida en el útero ha sido la que probablemente más se acercará de todas al estado de bienestar que, de acuerdo a sus expectativas innatas, tendría que experimentar durante toda su vida. Su naturaleza se basa en la suposición de que su madre se está comportando correctamente y de que las motivaciones que la impulsan y las consiguientes acciones se beneficiarán sin duda unas a otras.
Alguien llega y lo levanta deliciosamente en medio del aire. Vuelve a la vida. Lo llevan de una manera demasiado delicada para su gusto, pero al menos experimenta algún movimiento. Después se encuentra en su lugar. Todo el sufrimiento que ha padecido ahora ya no existe. Descansa en unos brazos que lo envuelven y aunque su piel al entrar en contacto con la ropa de la madre no le envíe ningún mensaje de encontrar consuelo ni sienta el contacto de una piel viva, sus manos y su boca le comunican que se sienten bien. El positivo placer que produce la vida, el estado normal para el continuum, es casi completo. El sabor y la textura del pecho materno está presentes, la cálida leche fluye a su hambrienta boca, oye los latidos de un corazón que debería haber sido su vínculo, el sonido que le confirma la continuidad de la existencia vivida en el útero; las formas moviéndose anuncian con claridad que hay vida. El sonido de la voz también es correcto. Sólo hay algo que falta en la ropa y en el olor que percibe (la madre se ha puesto colonia). El bebé succiona la leche y cuando está lleno y con las mejillas sonrosadas, se queda dormido.
Al despertar se encuentra en un infierno. No tiene ningún recuerdo, esperanza ni pensamiento de la visita que le ha hecho su madre que pueda tranquilizarle en este inhóspito purgatorio. Las horas, los días y las noches van transcurriendo. El bebé se echa a llorar, queda agotado, cae dormido. Se despierta y se hace pipí en el pañal. Ahora este acto ya no le resulta agradable. El efímero placer que le producen sus aliviadas tripas se torna en un dolor cada vez más punzante cuando la orina caliente y ácida entra en contacto con su irritada piel. Se pone a chillar. Sus cansados pulmones necesitan gritar para no sentir el doloroso escozor. Llora hasta que el dolor y el llanto lo agotan hasta caer dormido.
En este hospital, que es de lo más normal, las ocupadas enfermeras cambian los pañales de los recién nacidos a unas determinadas horas, tanto si están secos como si hace poco o mucho que están húmedos, y mandan a los bebés a sus casas totalmente escaldados para que los cuide alguien que tenga tiempo para ello.
El bebé, cuando es llevado al hogar de su madre (sin duda no puede decirse que sea el hogar del pequeño), ya conoce a fondo cómo es la vida. A un nivel preconsciente que determinará todas sus impresiones posteriores, al igual que las determina ahora, sabe que la vida es insoportablemente solitaria, que no responde a sus señales y que está llena de sufrimiento.
Pero aún no se ha rendido. Su fuerza vital intentará siempre recuperar el equilibrio mientras haya vida en él.
El hogar en que se encuentra sólo se diferencia de la unidad de neonatología de la maternidad en que ahora no tiene la piel irritada. Durante las horas en las que el bebé está despierto, está anhelante, ansioso de contacto físico y espera de manera interminable que el silencioso vacío sea reemplazado por la situación correcta.
Durante algunos minutos al día su intenso deseo cesa momentáneamente y la terrible necesidad de su piel de ser tocada, sostenida y movida es satisfecha. Su madre es la persona que, después de habérselo pensado mucho, ha decidido dejarle acceder a su pecho. Ella lo quiere con una ternura que nunca antes había sentido. Al principio, a la madre le resulta difícil dejar a su hijo en la cuna después de haberle dado el pecho, sobre todo porque él se echa a llorar desconsoladamente. Pero está convencida de que debe hacerlo, ya que su madre le ha dicho (y ella debe saberlo) que si ahora le hace caso lo malcriará y más tarde su hijo le causará problemas. Ella desea hacerlo todo correctamente; por unos momentos siente que la pequeña vida que sostiene entre sus brazos es más importante que cualquier otra cosa en el mundo.
Suspira y deja suavemente a su hijo en la cuna, decorada con patitos amarillos a juego con la habitación. Ha puesto mucho esfuerzo para decorarla con unas cortinas suaves y sedosas, una alfombra en forma de un enorme oso panda, un tocador blanco, una bañera y un vestidor equipado con polvos de talco, aceite, jabón, champú y un cepillo, todo fabricado y envasado con los colores especiales para bebés. La pared está decorada con imágenes de crías de animales vestidas como personas. Los cajones de la cómoda están llenos de camisitas, peleles, patucos, gorritos, mitones y pañales. Sobre la cómoda, colocados de lado en un cautivador ángulo, hay un corderito de peluche y un jarrón con flores recién cortadas, ya que a su madre también le “encantan” las flores.
Ella le estira la camisita y lo arropa con una sábana bordada y una manta decorada con las iniciales del pequeño. Las contempla llena de satisfacción. Ella y su marido no han reparado en gastos para decorar la habitación de su bebé a la perfección, aunque no hayan podido comprar aún los muebles que han elegido para el resto de la casa. Se inclina para besarle la sedosa mejilla y se dirige hacia la puerta mientras el primer agonizante chillido hace estremecer el cuerpo del bebé.
Cierra con suavidad la puerta de la habitación. Le ha declarado la guerra. Su voluntad debe imponerse a la de su hijo. A través de la puerta oye un sonido parecido a alguien que es torturado. El sentido de su continuum lo reconoce como tal. La naturaleza no envía unas señales claras de que alguien está siendo torturado a no ser que sea éste el caso. La tortura es precisamente tan seria como suena.
La madre duda, su corazón desea volver con su hijo, pero se resiste y se aleja. Acaba de cambiar y alimentar a su bebé. Como está segura de que no necesita realmente nada, lo deja llorar hasta que el pequeño se queda agotado.
Él se despierta y se echa a llorar de nuevo. Su madre entreabre la puerta para asegurarse de que el pequeño está bien. Después vuelve a cerrarla con suavidad para que su hijo no piense que va a recibir la atención que está pidiendo luego se apresura a volver a la cocina para reanudar lo que estaba haciendo y deja la puerta abierta para poder oír a su hijo por si “le ocurriera algo”.
El llanto del bebé se va transformando en temblorosos gemidos. Al no recibir ninguna respuesta, la fuerza del móvil de la señal se pierde en la confusión de un estéril vacío al que el consuelo tendría que haber llegado hace mucho tiempo. El bebé mira a su alrededor. Más allá de las barras de la cuna hay una pared. La luz es tenue. No puede darse la vuelta. Sólo ve los barrotes, inmóviles, y la pared. Oye los sonidos sin sentido de un mundo lejano. Cerca no hay ningún sonido. Contempla la pared hasta que los ojos se le cierran al volver a abrirlos, los barrotes y la pared siguen exactamente en el mismo lugar que antes con la única diferencia de que ahora la luz es más tenue.
Entre la eternidad que pasa contemplando los barrotes y la pared, pasa otra eternidad contemplando los barrotes de ambos lados y el lejano techo. A lo lejos, a un lado, se ven unas formas estáticas que siempre están ahí.
Hay momentos en los que siente algún movimiento y algo cubriéndole los oídos, un sonido apagado y un montón de ropa sobre él. Cuando esto ocurre, puede ver desde el interior la esquina blanca de plástico del cochecito y, de vez en cuando, grandes bloques de casas deslizándose a lo lejos. Ve también las lejanas copas de los árboles que tampoco tienen nada que ver con él, y a veces personas mirándole que hablan normalmente entre ellas o en ocasiones con él.
Más a menudo, estas personas agitan un objeto que hace ruido frente a él y el bebé siente, al estar tan cerca, que se encuentra cerca de la vida y alarga la mano y agita los brazos deseando encontrarse en su lugar. Cuando le acercan el sonajero a la mano, lo coge y se lo mete en la boca. Pero no recibe la sensación que estaba esperando. Agita las manos y el sonajero vuela por los aires. Una persona se lo vuelve a traer. Como desea que esta prometedora figura regrese, se dedica a arrojar el sonajero o cualquier otro objeto que tenga a mano mientras el truco funcione. Cuando ya no se lo devuelven más, se dedica a mirar el vacío cielo y la capota del cochecito.
Cuando llora en el cochecito es a menudo recompensado con signos de vida. Su madre mueve el cochecito porque ha aprendido que esto tiende a hacerle callar. Su intenso deseo de movimiento y experiencias, todo aquello que sus antepasados tuvieron en sus primeros meses de vida, se calma un poco cuando su madre mueve el cochecito, lo cual de una manera muy pobre le ofrece al menos alguna experiencia.
Como no asocia las voces que oye a su alrededor con nada que le ocurra a él, tienen muy poco valor porque no anuncian que vayan a colmar sus expectativas. Sin embargo, son más gratificantes que el silencio que reinaba en la maternidad. El cociente de las experiencia de su continuum está casi a cero; su principal experiencia real es la del deseo.
Su madre lo pesa con regularidad y se siente orgullosa del progreso de su hijo.
Las únicas experiencias útiles constituyen los pocos minutos al día que le permiten estar en brazos y algunas otras vividas de manera irregular que le sirven para sus otras necesidades y que se van agregando a sus cuotas. Cuando el bebé está en el regazo de su cuidadora, puede acercarse corriendo un niño gritando y añadir la emoción de crear un poco de acción a su alrededor mientras aquél se siente seguro. El pequeño oye el agradable zumbido del motor del automóvil mientras es zarandeado plácidamente en el regazo de su madre cuando el tráfico se detiene y cuando vuelve a circular. Oye ladridos de perros y otros ruidos repentinos. Aunque a algunos les perturben cuando están en el cochecito, a otros, sin embargo, les asustarían si no estuvieran en brazos.
Los objetos que le ponen a su alcance sirven para imitar aquello que al niño le está faltando. La tradición dicta que los juguetes consuelan a los bebés que están sufriendo, pero de algún modo lo hacen sin reconocer el sufrimiento de los mismos.
En primer lugar está el osito o cualquier otro muñeco suave similar que sirve “para dormir”. Está concebido para dar al bebé la sensación de tener un constante compañero. El intenso cariño que a veces un niño acaba sintiendo por él se considera un encantador capricho infantil en vez de verse como la manifestación de una grave carencia afectiva que le ha llevado a aferrarse a un objeto inanimado en su necesidad de encontrar un compañero que no le abandone. Los cochecitos con juguetes que suenan, y las cunas que se balancean son otra desgraciada imitación. Pero el movimiento sustituye de una manera tan pobre y tosca el movimiento que un niño experimenta mientras su madre lo transporta, que satisface muy poco el intenso deseo del solitario bebé. A parte de ser inadecuado, suele también ser infrecuente. Están también los juguetes que se cuelgan en las cunas y los cochecitos que suenan, tintinean o repiquetean cuando el bebé los toca. La habitación del bebé se suele adornar con móviles de vivos colores, un nuevo objeto que el pequeño puede contemplar aparte de las paredes. Los móviles atraen su atención, pero sólo se cambian de vez en cuando y no llegan a llenar la necesidad que tiene el niño para su desarrollo de disfrutar de una variada experiencia visual y auditiva…………………
(Extraído del libro "El concepto del continiuum", de Jean Liedloff)
En una unidad de neonatología de las maternidades de la civilización occidental hay muy pocas posibilidades de recibir el consuelo de una mamá loba. El recién nacido, cuya piel está pidiendo a gritos volver a sentir aquella carne suave, cálida y viva con la que estaba en contacto, es envuelto en una tela seca e inerte. Es colocado en una caja y dejado ahí, por más que llore, en un limbo donde no hay el menor movimiento (por primera vez en toda la experiencia de su cuerpo, en los siglos de evolución o en la eternidad vivida en el útero).
Los únicos sonidos que puede oír son los gemidos de otras víctimas que están sufriendo el mismo indescriptible tormento. Puede que los sonidos no signifiquen nada para él. El bebé no cesa de llorar; sus pulmones, que no están acostumbrados al aire, se sobre esfuerzan con la desesperación que hay en su corazón. No acude nadie. Confiando en la perfección de la vida, como debe hacer por naturaleza, efectúa el único acto que puede hacer, que es llorar. Hasta que, después de haber pasado un tiempo que para él es una eternidad, se duerme agotado.
Más tarde se despierta en el vago terror que le produce el silencio, la inmovilidad. Se echa a llorar. Todo su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies, está embargado por un ardiente anhelo y deseo, por una intolerable impaciencia. Respira con dificultad y chilla hasta sentir que su palpitante cabeza está a punto de estallar. Llora hasta que el pecho y la garganta le duelen. Ya no puede soportar más el dolor y sus sollozos se van apagando hasta calmarse. Ahora se pone a escuchar. Abre las manos y las vuelve a cerrar apretando los puños. Mueve la cabeza de un lado a otro. Nada parece ayudarle. El sufrimiento es insoportable. Se echa de nuevo a llorar, pero supone demasiado esfuerzo para su dolorida garganta y al cabo de poco vuelve a callarse. Tensa su atormentado y anhelante cuerpo y siente un poco de consuelo. Agita las manos y patalea con los pies. Se detiene, sufriendo, incapaz de pensar o de tener esperanzas. Se pone a escuchar. De nuevo cae dormido.
Al despertar se hace pipí en los pañales y el suceso le distrae de su tormento. Pero el agradable acto de orinar y la cálida, húmeda y fluida sensación que siente alrededor de la parte inferior de su cuerpo desaparecen rápidamente. El calor se inmoviliza ahora y se vuelve frío y pegajoso. El pequeño patalea, tensa el cuerpo, llora a lágrima viva. Desesperado a causa del intenso deseo de contacto que le acucia, rodeado de un entorno inerte, húmedo e incómodo, expresa llorando desconsoladamente su infelicidad hasta que se tranquiliza con su solitario sueño.
De pronto, alguien lo levanta; vuelve a creer que va a obtener aquello que tanto desea. Le sacan el pañal. Se siente aliviado. Unas manos vivas le tocan la piel. Levantándole los pies, le envuelven el bajo vientre con otro paño seco y sin vida. Al cabo de un momento es como si las manos y el pañal húmedo no hubieran existido nunca. No hay ningún recuerdo consciente, ninguna chispa de esperanza. Se encuentra en medio de un vacío insoportable, eterno, inmóvil y silencioso, lleno de un intenso, intensísimo deseo de vital contacto. Su continuum intenta utilizar las medidas de emergencia de que dispone, pero todas están concebidas para unir los breves espacios de tiempo en los que permanecerá sin recibir el trato correcto o para pedir consuelo a alguien (que se supone) que desea dárselo. Su continuum no tiene ninguna solución para una situación tan extrema. Ésta supera su basta experiencia. La naturaleza del bebé, aunque el pequeño sólo haga algunas horas que respire, ha llegado a tal punto de desorientación que la situación supera a la fuerza salvadora de su poderoso continuum. La experiencia vivida en el útero ha sido la que probablemente más se acercará de todas al estado de bienestar que, de acuerdo a sus expectativas innatas, tendría que experimentar durante toda su vida. Su naturaleza se basa en la suposición de que su madre se está comportando correctamente y de que las motivaciones que la impulsan y las consiguientes acciones se beneficiarán sin duda unas a otras.
Alguien llega y lo levanta deliciosamente en medio del aire. Vuelve a la vida. Lo llevan de una manera demasiado delicada para su gusto, pero al menos experimenta algún movimiento. Después se encuentra en su lugar. Todo el sufrimiento que ha padecido ahora ya no existe. Descansa en unos brazos que lo envuelven y aunque su piel al entrar en contacto con la ropa de la madre no le envíe ningún mensaje de encontrar consuelo ni sienta el contacto de una piel viva, sus manos y su boca le comunican que se sienten bien. El positivo placer que produce la vida, el estado normal para el continuum, es casi completo. El sabor y la textura del pecho materno está presentes, la cálida leche fluye a su hambrienta boca, oye los latidos de un corazón que debería haber sido su vínculo, el sonido que le confirma la continuidad de la existencia vivida en el útero; las formas moviéndose anuncian con claridad que hay vida. El sonido de la voz también es correcto. Sólo hay algo que falta en la ropa y en el olor que percibe (la madre se ha puesto colonia). El bebé succiona la leche y cuando está lleno y con las mejillas sonrosadas, se queda dormido.
Al despertar se encuentra en un infierno. No tiene ningún recuerdo, esperanza ni pensamiento de la visita que le ha hecho su madre que pueda tranquilizarle en este inhóspito purgatorio. Las horas, los días y las noches van transcurriendo. El bebé se echa a llorar, queda agotado, cae dormido. Se despierta y se hace pipí en el pañal. Ahora este acto ya no le resulta agradable. El efímero placer que le producen sus aliviadas tripas se torna en un dolor cada vez más punzante cuando la orina caliente y ácida entra en contacto con su irritada piel. Se pone a chillar. Sus cansados pulmones necesitan gritar para no sentir el doloroso escozor. Llora hasta que el dolor y el llanto lo agotan hasta caer dormido.
En este hospital, que es de lo más normal, las ocupadas enfermeras cambian los pañales de los recién nacidos a unas determinadas horas, tanto si están secos como si hace poco o mucho que están húmedos, y mandan a los bebés a sus casas totalmente escaldados para que los cuide alguien que tenga tiempo para ello.
El bebé, cuando es llevado al hogar de su madre (sin duda no puede decirse que sea el hogar del pequeño), ya conoce a fondo cómo es la vida. A un nivel preconsciente que determinará todas sus impresiones posteriores, al igual que las determina ahora, sabe que la vida es insoportablemente solitaria, que no responde a sus señales y que está llena de sufrimiento.
Pero aún no se ha rendido. Su fuerza vital intentará siempre recuperar el equilibrio mientras haya vida en él.
El hogar en que se encuentra sólo se diferencia de la unidad de neonatología de la maternidad en que ahora no tiene la piel irritada. Durante las horas en las que el bebé está despierto, está anhelante, ansioso de contacto físico y espera de manera interminable que el silencioso vacío sea reemplazado por la situación correcta.
Durante algunos minutos al día su intenso deseo cesa momentáneamente y la terrible necesidad de su piel de ser tocada, sostenida y movida es satisfecha. Su madre es la persona que, después de habérselo pensado mucho, ha decidido dejarle acceder a su pecho. Ella lo quiere con una ternura que nunca antes había sentido. Al principio, a la madre le resulta difícil dejar a su hijo en la cuna después de haberle dado el pecho, sobre todo porque él se echa a llorar desconsoladamente. Pero está convencida de que debe hacerlo, ya que su madre le ha dicho (y ella debe saberlo) que si ahora le hace caso lo malcriará y más tarde su hijo le causará problemas. Ella desea hacerlo todo correctamente; por unos momentos siente que la pequeña vida que sostiene entre sus brazos es más importante que cualquier otra cosa en el mundo.
Suspira y deja suavemente a su hijo en la cuna, decorada con patitos amarillos a juego con la habitación. Ha puesto mucho esfuerzo para decorarla con unas cortinas suaves y sedosas, una alfombra en forma de un enorme oso panda, un tocador blanco, una bañera y un vestidor equipado con polvos de talco, aceite, jabón, champú y un cepillo, todo fabricado y envasado con los colores especiales para bebés. La pared está decorada con imágenes de crías de animales vestidas como personas. Los cajones de la cómoda están llenos de camisitas, peleles, patucos, gorritos, mitones y pañales. Sobre la cómoda, colocados de lado en un cautivador ángulo, hay un corderito de peluche y un jarrón con flores recién cortadas, ya que a su madre también le “encantan” las flores.
Ella le estira la camisita y lo arropa con una sábana bordada y una manta decorada con las iniciales del pequeño. Las contempla llena de satisfacción. Ella y su marido no han reparado en gastos para decorar la habitación de su bebé a la perfección, aunque no hayan podido comprar aún los muebles que han elegido para el resto de la casa. Se inclina para besarle la sedosa mejilla y se dirige hacia la puerta mientras el primer agonizante chillido hace estremecer el cuerpo del bebé.
Cierra con suavidad la puerta de la habitación. Le ha declarado la guerra. Su voluntad debe imponerse a la de su hijo. A través de la puerta oye un sonido parecido a alguien que es torturado. El sentido de su continuum lo reconoce como tal. La naturaleza no envía unas señales claras de que alguien está siendo torturado a no ser que sea éste el caso. La tortura es precisamente tan seria como suena.
La madre duda, su corazón desea volver con su hijo, pero se resiste y se aleja. Acaba de cambiar y alimentar a su bebé. Como está segura de que no necesita realmente nada, lo deja llorar hasta que el pequeño se queda agotado.
Él se despierta y se echa a llorar de nuevo. Su madre entreabre la puerta para asegurarse de que el pequeño está bien. Después vuelve a cerrarla con suavidad para que su hijo no piense que va a recibir la atención que está pidiendo luego se apresura a volver a la cocina para reanudar lo que estaba haciendo y deja la puerta abierta para poder oír a su hijo por si “le ocurriera algo”.
El llanto del bebé se va transformando en temblorosos gemidos. Al no recibir ninguna respuesta, la fuerza del móvil de la señal se pierde en la confusión de un estéril vacío al que el consuelo tendría que haber llegado hace mucho tiempo. El bebé mira a su alrededor. Más allá de las barras de la cuna hay una pared. La luz es tenue. No puede darse la vuelta. Sólo ve los barrotes, inmóviles, y la pared. Oye los sonidos sin sentido de un mundo lejano. Cerca no hay ningún sonido. Contempla la pared hasta que los ojos se le cierran al volver a abrirlos, los barrotes y la pared siguen exactamente en el mismo lugar que antes con la única diferencia de que ahora la luz es más tenue.
Entre la eternidad que pasa contemplando los barrotes y la pared, pasa otra eternidad contemplando los barrotes de ambos lados y el lejano techo. A lo lejos, a un lado, se ven unas formas estáticas que siempre están ahí.
Hay momentos en los que siente algún movimiento y algo cubriéndole los oídos, un sonido apagado y un montón de ropa sobre él. Cuando esto ocurre, puede ver desde el interior la esquina blanca de plástico del cochecito y, de vez en cuando, grandes bloques de casas deslizándose a lo lejos. Ve también las lejanas copas de los árboles que tampoco tienen nada que ver con él, y a veces personas mirándole que hablan normalmente entre ellas o en ocasiones con él.
Más a menudo, estas personas agitan un objeto que hace ruido frente a él y el bebé siente, al estar tan cerca, que se encuentra cerca de la vida y alarga la mano y agita los brazos deseando encontrarse en su lugar. Cuando le acercan el sonajero a la mano, lo coge y se lo mete en la boca. Pero no recibe la sensación que estaba esperando. Agita las manos y el sonajero vuela por los aires. Una persona se lo vuelve a traer. Como desea que esta prometedora figura regrese, se dedica a arrojar el sonajero o cualquier otro objeto que tenga a mano mientras el truco funcione. Cuando ya no se lo devuelven más, se dedica a mirar el vacío cielo y la capota del cochecito.
Cuando llora en el cochecito es a menudo recompensado con signos de vida. Su madre mueve el cochecito porque ha aprendido que esto tiende a hacerle callar. Su intenso deseo de movimiento y experiencias, todo aquello que sus antepasados tuvieron en sus primeros meses de vida, se calma un poco cuando su madre mueve el cochecito, lo cual de una manera muy pobre le ofrece al menos alguna experiencia.
Como no asocia las voces que oye a su alrededor con nada que le ocurra a él, tienen muy poco valor porque no anuncian que vayan a colmar sus expectativas. Sin embargo, son más gratificantes que el silencio que reinaba en la maternidad. El cociente de las experiencia de su continuum está casi a cero; su principal experiencia real es la del deseo.
Su madre lo pesa con regularidad y se siente orgullosa del progreso de su hijo.
Las únicas experiencias útiles constituyen los pocos minutos al día que le permiten estar en brazos y algunas otras vividas de manera irregular que le sirven para sus otras necesidades y que se van agregando a sus cuotas. Cuando el bebé está en el regazo de su cuidadora, puede acercarse corriendo un niño gritando y añadir la emoción de crear un poco de acción a su alrededor mientras aquél se siente seguro. El pequeño oye el agradable zumbido del motor del automóvil mientras es zarandeado plácidamente en el regazo de su madre cuando el tráfico se detiene y cuando vuelve a circular. Oye ladridos de perros y otros ruidos repentinos. Aunque a algunos les perturben cuando están en el cochecito, a otros, sin embargo, les asustarían si no estuvieran en brazos.
Los objetos que le ponen a su alcance sirven para imitar aquello que al niño le está faltando. La tradición dicta que los juguetes consuelan a los bebés que están sufriendo, pero de algún modo lo hacen sin reconocer el sufrimiento de los mismos.
En primer lugar está el osito o cualquier otro muñeco suave similar que sirve “para dormir”. Está concebido para dar al bebé la sensación de tener un constante compañero. El intenso cariño que a veces un niño acaba sintiendo por él se considera un encantador capricho infantil en vez de verse como la manifestación de una grave carencia afectiva que le ha llevado a aferrarse a un objeto inanimado en su necesidad de encontrar un compañero que no le abandone. Los cochecitos con juguetes que suenan, y las cunas que se balancean son otra desgraciada imitación. Pero el movimiento sustituye de una manera tan pobre y tosca el movimiento que un niño experimenta mientras su madre lo transporta, que satisface muy poco el intenso deseo del solitario bebé. A parte de ser inadecuado, suele también ser infrecuente. Están también los juguetes que se cuelgan en las cunas y los cochecitos que suenan, tintinean o repiquetean cuando el bebé los toca. La habitación del bebé se suele adornar con móviles de vivos colores, un nuevo objeto que el pequeño puede contemplar aparte de las paredes. Los móviles atraen su atención, pero sólo se cambian de vez en cuando y no llegan a llenar la necesidad que tiene el niño para su desarrollo de disfrutar de una variada experiencia visual y auditiva…………………
(Extraído del libro "El concepto del continiuum", de Jean Liedloff)
viernes, 7 de marzo de 2008
Las cenizas que se encuetran bajos mis ojos, bajo los párpados de alguien que quiso que la luz empañase su corazón. Las cenizas que ahora ahogan mi vista y que otorgan el poder a la capacidad de escuchar lo que no está sonando. Las cenizas. Las cenizas ahora se enredan en mi pelo, las cenizas negras que ennegrecen todo aquello a lo que se le da importancia, pero que realmente no la tiene.
Las cenizas de todo lo que yo creía ver.
Las cenizas que se disuelven en lo irreal, lo irreal... lo irreal que me tortura y me abofetea a causa de su tremenda realidad, de su tremenda verdad, a causa de sus gritos y sus susurros, a causa de sus miradas, a causa de su respiración.
Las cenizas también ahora se desprenden de mi pelo, y sobrevuelan el aire, y las veo caer lentamente, las veo tocar el suelo, y volver a volar mínimamente hacia arriba, y volver a tocar el suelo para depositarse allí, donde, finalmente, se entremezclan con el agua de mi historia indescriptible y finita, y cae, lenta, muy lentamente, por las rejillas de la alcantarilla que va a dar a lo inexiste que de vez en cuando, pasado el tiempo, volverá a retumbar en mi cabeza para volver a intentar instalarse en mis pupilas, en mis párpados y en mis pestañas.
Las cenizas de todo lo que yo creía ver.
Las cenizas que se disuelven en lo irreal, lo irreal... lo irreal que me tortura y me abofetea a causa de su tremenda realidad, de su tremenda verdad, a causa de sus gritos y sus susurros, a causa de sus miradas, a causa de su respiración.
Las cenizas también ahora se desprenden de mi pelo, y sobrevuelan el aire, y las veo caer lentamente, las veo tocar el suelo, y volver a volar mínimamente hacia arriba, y volver a tocar el suelo para depositarse allí, donde, finalmente, se entremezclan con el agua de mi historia indescriptible y finita, y cae, lenta, muy lentamente, por las rejillas de la alcantarilla que va a dar a lo inexiste que de vez en cuando, pasado el tiempo, volverá a retumbar en mi cabeza para volver a intentar instalarse en mis pupilas, en mis párpados y en mis pestañas.
Sección:
Vomitonas de todos los colores
miércoles, 6 de febrero de 2008
Veo esas rocas. Esas piedras.
Y...
siento asco. Y repugnancia.
Con una sola mirada. Con una sola contemplación... Tengo ganas de restregar mi pis y mis heces sobre esos cuerpos. Sobre esos posters. Y esas revistas. Y esas fotos. Y esos anuncios. Y esas pasarelas.
Solo siento aversión. Y ganas de vomitar.
Los cánones de belleza que se nos impone desde los escaparates de la Civilización y de esta cultura. Esos cánones son lo peor. Lo más bajo y ruín. Lo más repulsivo.
Y si crees que no es así. Venga. Mira.
Contempla las revistas. Da igual de qué sea. Economía. Prensa rosa. Deportes... Da igual. Abre las páginas y podrás observarlo por tu cuenta.
Esqueletos que nos saludan y nos sonríen.
Sal a la calle y verás.
Zombis con dos bolsas de plástico en el pecho, morcillas en los labios, desechos en el culo...
Zombis que llevan calzoncillos con el nombre de algún estúpido famoso. Y que tienen una tripa que más que carne, parece cemento.
Zombis que, está claro, te tienen que excitar enormemente.
Espectros más que seres humanos.
Seres patéticos que creen poseer el culmen de lo bello y lo excitante.
Una de las grandes y efectivas tareas de la Civilización es crear enfermedades. Y esta de la que hablo es una de ellas.
Niñas alocadas, que chillan y lloran y patalean por que quieren tener las tetas de esa gran actriz. Y también quieren tener sus ojos, y sus labios, y sus pómulos. Y su culo. Y sus piernas depiladas. Y sus uñas muy bien arregladitas. Desean con todas sus fuerzas tener esa tripa que no sobresale ni un centímetro. Quieren sonreír como ella. Y que todos y todas se arrodillen a sus pies al verla. Deslumbrar con su gran belleza. Su gran belleza a base de potingues, y cremas, y perfumes, y medicamentos, y comida sin un mínimo de alimento, infectada y con sabor a plástico y cartón.
Su gran aspiración en esta vida, su gran sueño, su gran meta, es esa: tener todo eso que haga que todo el mundo la identifique como bella. Y hará lo que sea por conseguirlo.
Lo peor de todo es que los demás también se lo pedirán. Le reclamarán -de una forma directa o indirecta- que haga lo que sea por ser guapa, preciosa... Y si al final lo hace, por supuesto que todo el mundo la alabará y le dirá que está deslumbrante y despampanante.
Y lo mismo pasa con los chicos. Exactamente igual.
Vamos en busca de un producto deformado y contaminado, débil y horroroso. Salido de la fábrica de esta nuestra puta cultura. De la fábrica de esta nuestra puta civilización.
Deseamos adquirir ese producto.
Por que, por supuesto, ya no es un ser humano. Ni un ser vivo. Es una roca por la cual se desvive todo el mundo. Todo el mundo desea esa roca. Nadie se atreverá a escupirla, y vomitarla, y defecar encima de ella. Nadie la pateará. Ni se reirá de ella.
Fíjate.
Enciende la televisión, mira cualquier revista, pasea por las calles de la ciudad, ve a un desfile de espectros...
Y si eres alguien normal, lo normal será que te excites o que, simplemente, pienses, al primer instante, que todas esas rocas que ves son unas bellezas extraordinarias, unas rocas preciosas, guapísimas. Tenga pene o vagina. Polla o coño. Esa roca es todo un bellezón.
Fíjate.
Y si eres alguien normal. Y civilizado. Si es así, seguro que desearás ser como esas rocas. Seguro que deseas ser un producto. Y ponerte a la venta. Y que puedas elegir tú mismo/a quién será tu consumidor/a.
Lo único que vende en este mundo es la imagen.
Una imagen que solo refleja seres putrefactos.
Rocas.
Este es el circo de nuestro mundo. De nuestra sociedad.
Espectros sonrientes y admirados por todos y todas.
Esto es lo que produce la civilización.
Piedras que algun día tal vez fueron seres humanos.
Y "seres humanos" deseosos de ser piedras.
Y...
siento asco. Y repugnancia.
Con una sola mirada. Con una sola contemplación... Tengo ganas de restregar mi pis y mis heces sobre esos cuerpos. Sobre esos posters. Y esas revistas. Y esas fotos. Y esos anuncios. Y esas pasarelas.
Solo siento aversión. Y ganas de vomitar.
Los cánones de belleza que se nos impone desde los escaparates de la Civilización y de esta cultura. Esos cánones son lo peor. Lo más bajo y ruín. Lo más repulsivo.
Y si crees que no es así. Venga. Mira.
Contempla las revistas. Da igual de qué sea. Economía. Prensa rosa. Deportes... Da igual. Abre las páginas y podrás observarlo por tu cuenta.
Esqueletos que nos saludan y nos sonríen.
Sal a la calle y verás.
Zombis con dos bolsas de plástico en el pecho, morcillas en los labios, desechos en el culo...
Zombis que llevan calzoncillos con el nombre de algún estúpido famoso. Y que tienen una tripa que más que carne, parece cemento.
Zombis que, está claro, te tienen que excitar enormemente.
Espectros más que seres humanos.
Seres patéticos que creen poseer el culmen de lo bello y lo excitante.
Una de las grandes y efectivas tareas de la Civilización es crear enfermedades. Y esta de la que hablo es una de ellas.
Niñas alocadas, que chillan y lloran y patalean por que quieren tener las tetas de esa gran actriz. Y también quieren tener sus ojos, y sus labios, y sus pómulos. Y su culo. Y sus piernas depiladas. Y sus uñas muy bien arregladitas. Desean con todas sus fuerzas tener esa tripa que no sobresale ni un centímetro. Quieren sonreír como ella. Y que todos y todas se arrodillen a sus pies al verla. Deslumbrar con su gran belleza. Su gran belleza a base de potingues, y cremas, y perfumes, y medicamentos, y comida sin un mínimo de alimento, infectada y con sabor a plástico y cartón.
Su gran aspiración en esta vida, su gran sueño, su gran meta, es esa: tener todo eso que haga que todo el mundo la identifique como bella. Y hará lo que sea por conseguirlo.
Lo peor de todo es que los demás también se lo pedirán. Le reclamarán -de una forma directa o indirecta- que haga lo que sea por ser guapa, preciosa... Y si al final lo hace, por supuesto que todo el mundo la alabará y le dirá que está deslumbrante y despampanante.
Y lo mismo pasa con los chicos. Exactamente igual.
Vamos en busca de un producto deformado y contaminado, débil y horroroso. Salido de la fábrica de esta nuestra puta cultura. De la fábrica de esta nuestra puta civilización.
Deseamos adquirir ese producto.
Por que, por supuesto, ya no es un ser humano. Ni un ser vivo. Es una roca por la cual se desvive todo el mundo. Todo el mundo desea esa roca. Nadie se atreverá a escupirla, y vomitarla, y defecar encima de ella. Nadie la pateará. Ni se reirá de ella.
Fíjate.
Enciende la televisión, mira cualquier revista, pasea por las calles de la ciudad, ve a un desfile de espectros...
Y si eres alguien normal, lo normal será que te excites o que, simplemente, pienses, al primer instante, que todas esas rocas que ves son unas bellezas extraordinarias, unas rocas preciosas, guapísimas. Tenga pene o vagina. Polla o coño. Esa roca es todo un bellezón.
Fíjate.
Y si eres alguien normal. Y civilizado. Si es así, seguro que desearás ser como esas rocas. Seguro que deseas ser un producto. Y ponerte a la venta. Y que puedas elegir tú mismo/a quién será tu consumidor/a.
Lo único que vende en este mundo es la imagen.
Una imagen que solo refleja seres putrefactos.
Rocas.
Este es el circo de nuestro mundo. De nuestra sociedad.
Espectros sonrientes y admirados por todos y todas.
Esto es lo que produce la civilización.
Piedras que algun día tal vez fueron seres humanos.
Y "seres humanos" deseosos de ser piedras.
sábado, 2 de febrero de 2008
Por poner un ejemplo, el fuego es uno de nuestros mejores amigos.
Es un elemento muy útil para reducir a escombros, a cenizas, todo vestigio de la Civilización.
Usaremos todo lo que esté a nuestro alcance.
No nos temblará la mano a la hora de aniquilar lo que aniquila nuestras vidas, y la Naturaleza. Nos da igual la opinión popular, los acuerdos, las votaciones, las buenas intenciones, los discursos enternecedores... nos da igual toda esa patraña. Nos da igual. Y no daremos, nunca, un paso atrás. Nunca dudaremos a la hora de atacar, hasta hacerlo desaparecer, todo aquello que nos sumerge en la esclavitud y la muerte. Por mínimo que sea.
No queremos mediastintas.
Todo o nada.
Rechazamos las propuestas -por muy viables que sean- que, aveces incosncientemente, son planteadas en los esquemas de este Sistema actual. Sean del color que sean. Lleven el nombre que lleven. Da igual. Serán rechazadas. Y atacadas. Siempre.
El Sistema debe desaparecer por completo. No debe quedar nada, absolutamente nada de él.
La Civilización debe ser destruida al cien por cien. Y no debe quedar nada, absolutamente nada de ella.
Todos aquellos que se creen muy radicales. Que vomitan por su boca palabras contra el Estado y la autoridad, pero que, realmente, lo que desean no es huir del Sistema y destrozarlo, por que el Sistema, verdaderamente, no les desagrada tanto... Todos esos solo se merecen el desprecio, al querer perpetuar la esclavitud a la que nos somete el Sistema.
Usaremos todo lo que esté a nuestro alcance, y nos sirva de ayuda para hacer desaparecer esta Realidad.
Ya está bien de tanta mierda. Ya está bien de la tortura del día a día. Ya está bien de soportar esta muerte. ¡Resucitemos!
Ya está bien de hablar con la bocachica.
Hablemos claro, y bien alto.
Este Sistema está destinado a ser destruido si de verdad queremos ser libres, y tener una vida digna y feliz, si de verdad queremos vivir en total armonía con la Naturaleza.
Y no. No nos temblará la mano.
Vamos a hacer que esta Realidad se derrumbe para poder contruir otra totalmente nueva. Para vivir en anarquía.
Y quienes quieran seguir manteniendo almenos algo de todo aquello que nos convierte en objetos, siempre nos encontraran enfrente, con mirada de furia. Siempre serán atacados.
La Realidad actual será derrumbada.
Es un elemento muy útil para reducir a escombros, a cenizas, todo vestigio de la Civilización.
Usaremos todo lo que esté a nuestro alcance.
No nos temblará la mano a la hora de aniquilar lo que aniquila nuestras vidas, y la Naturaleza. Nos da igual la opinión popular, los acuerdos, las votaciones, las buenas intenciones, los discursos enternecedores... nos da igual toda esa patraña. Nos da igual. Y no daremos, nunca, un paso atrás. Nunca dudaremos a la hora de atacar, hasta hacerlo desaparecer, todo aquello que nos sumerge en la esclavitud y la muerte. Por mínimo que sea.
No queremos mediastintas.
Todo o nada.
Rechazamos las propuestas -por muy viables que sean- que, aveces incosncientemente, son planteadas en los esquemas de este Sistema actual. Sean del color que sean. Lleven el nombre que lleven. Da igual. Serán rechazadas. Y atacadas. Siempre.
El Sistema debe desaparecer por completo. No debe quedar nada, absolutamente nada de él.
La Civilización debe ser destruida al cien por cien. Y no debe quedar nada, absolutamente nada de ella.
Todos aquellos que se creen muy radicales. Que vomitan por su boca palabras contra el Estado y la autoridad, pero que, realmente, lo que desean no es huir del Sistema y destrozarlo, por que el Sistema, verdaderamente, no les desagrada tanto... Todos esos solo se merecen el desprecio, al querer perpetuar la esclavitud a la que nos somete el Sistema.
Usaremos todo lo que esté a nuestro alcance, y nos sirva de ayuda para hacer desaparecer esta Realidad.
Ya está bien de tanta mierda. Ya está bien de la tortura del día a día. Ya está bien de soportar esta muerte. ¡Resucitemos!
Ya está bien de hablar con la bocachica.
Hablemos claro, y bien alto.
Este Sistema está destinado a ser destruido si de verdad queremos ser libres, y tener una vida digna y feliz, si de verdad queremos vivir en total armonía con la Naturaleza.
Y no. No nos temblará la mano.
Vamos a hacer que esta Realidad se derrumbe para poder contruir otra totalmente nueva. Para vivir en anarquía.
Y quienes quieran seguir manteniendo almenos algo de todo aquello que nos convierte en objetos, siempre nos encontraran enfrente, con mirada de furia. Siempre serán atacados.
La Realidad actual será derrumbada.
miércoles, 30 de enero de 2008
Alguien como tú me diría que soy un vago y un estúpido. Un anormal. Un tarado mental.
Alguien como tú vomitaría al verme. Y me escupiría. Y me diría que no tengo futuro alguno. Que estoy perdido.
Alguien como tú me miraría con repugnancia. Y me diría que soy un perdido. Que este no es mi sitio. Que no sirvo para trabajar. Ni para estudiar. Ni para funcionar en esta sociedad.
Sí.
Alguien como tú no dudaría en decir que yo sobro en este mundo. Que soy una pieza, de toda esta maquinaria, de la cual se puede prescindir sin duda alguna. Que soy un loco. Que no tengo moral, ni soy un ser sensible y caritativo.
Alguien como tú al instante de verme pensaría que soy un puto animal. Y me lo dirías. Me dirías bien alto que mis actuaciones y mi forma de pensar no son propias de una ser humano normal y corriente, y digno de admirar.
Alguien como tú, desde el primer momento, me gritaría con asco que soy un imbécil. Un inútil. Joder, que soy un tío del cual nadie de este Sistema podría sacar algo provechoso. Que cualquiera que pertenezca a este Sistema y que me conociese, le darían ganas de no haberlo hecho, de no haberme conocido, de haberse quedado en casa viendo la televisión.
Alguien como tú me diría que ya me puedo ir olvidando de ser alguien en esta vida.
Alguien como tú me volvería a decir que soy un jodido vago de mierda.
Alguien como tú me diría que no tengo educación. Ni respeto. Ni tolerancia.
Alguien como tú me diría que soy un puto ser acivilizado.
Sí.
Y alguien como yo te respondería con una gran sonrisa en la cara:
Alguien como tú vomitaría al verme. Y me escupiría. Y me diría que no tengo futuro alguno. Que estoy perdido.
Alguien como tú me miraría con repugnancia. Y me diría que soy un perdido. Que este no es mi sitio. Que no sirvo para trabajar. Ni para estudiar. Ni para funcionar en esta sociedad.
Sí.
Alguien como tú no dudaría en decir que yo sobro en este mundo. Que soy una pieza, de toda esta maquinaria, de la cual se puede prescindir sin duda alguna. Que soy un loco. Que no tengo moral, ni soy un ser sensible y caritativo.
Alguien como tú al instante de verme pensaría que soy un puto animal. Y me lo dirías. Me dirías bien alto que mis actuaciones y mi forma de pensar no son propias de una ser humano normal y corriente, y digno de admirar.
Alguien como tú, desde el primer momento, me gritaría con asco que soy un imbécil. Un inútil. Joder, que soy un tío del cual nadie de este Sistema podría sacar algo provechoso. Que cualquiera que pertenezca a este Sistema y que me conociese, le darían ganas de no haberlo hecho, de no haberme conocido, de haberse quedado en casa viendo la televisión.
Alguien como tú me diría que ya me puedo ir olvidando de ser alguien en esta vida.
Alguien como tú me volvería a decir que soy un jodido vago de mierda.
Alguien como tú me diría que no tengo educación. Ni respeto. Ni tolerancia.
Alguien como tú me diría que soy un puto ser acivilizado.
Sí.
Y alguien como yo te respondería con una gran sonrisa en la cara:
Lo sé.
lunes, 28 de enero de 2008
Una nueva Demencia Mental
Aparece en la Red de Internet una nueva demencia mental, un nuevo Blog para apuntar y disparar a donde más duele. Una nueva grieta en el edificio del Sistema, con el objetivo de que este realidad se derrumbe de una vez por todas.
NUESTRAS VIDAS SE CONSUMEN
Y este es su texto "A modo de presentación":
Aquí estamos.
Y antes de seguir, te queremos avisar de que no deberías estar aquí. Venga, vete. Lárgate. Corre. Siéntate en el sofá y ponte a ver la televisión. O ve al carrefur a comprar los últimos productos salidos al mercado. O ve al cine a ver la última película de Jólibud. Visita a ese familiar en estado terminal. Ríete de algún subnormal. Pídele a Dios que te toque la lotería. Haz lo que te dé la gana, pero huye. Porque si te quedas aquí, si sigues leyendo, si contemplas esto... estás perdido. No somos parte de tu droga diaria. No nos creemos tus mentiras. Hacemos cosas malas. Has debido llegar aquí por accidente y puede que eso no les guste mucho a tus papás. Puede que te lleves una buena riña. No colgamos contenido pornográfico convencional. No queremos que esto te anime.
Aquí estamos.
Si aún quieres continuar, te queremos avisar: no esperes nada bueno de nosotros. No esperes de nosotros cariño, y amabilidad, y buenrollito, y caridad, y... Porque si esperas eso te has confundido de sitio.
Aquí estamos.
Preparados para lanzar todos los dardos envenenados que podamos. Listos para disparar sin piedad alguna al Sistema y a todos sus sirvientes, y a todos sus esclavos, y a todos los que lo aceptan y veneran. Ya ves, tenemos mucho tiempo libre.
Aquí estamos.
Sin miedo alguno. En pie de guerra para cuestionar la vigencia del primer axioma de la realidad. Para animarte a ver el hoyo y tirarte de cabeza.
Aquí estamos.
Listos para bailar. Reír. Gruñir. Escupir. Masturbarnos. Mear. Apalear. Sangrar. Degollar. Gritar. Gemir.
Aquí estamos.
Llevando el caos de aquí para allá. Sembrando su semilla.
Progando a Caos, por que Caos nunca murió.
Aquí estamos.
La mierda que quedó sin barrer, omnipresente. La mucosidad que tragaste cuando el pañuelo se te quedó inservible.
Aquí estamos.
Aquellos de los cuales tus padres te intentarían alejar. Aquellos de los cuales tus padres te hablarían fatal.
Nosotros somos lo que nadie quiero oír. Ni ver.
Aquí estamos.
Ninfómanas, adictos al pegamento, mamporreros, violadores de mascotas en serie, éste puede ser vuestro lugar.
Aquí estamos.
Somos más un retrete en el que vomitar que un arma de concienciación. Somos más un sumidero en una gran ciudad que un grito para hacerte reaccionar. Somos más un desahogo de la frustración que un empeño en que dejes de ver el televisor. Somos más gente aburrida que románticos del siglo XIX.
Anda, vete a sacar al perro.
Aquí estamos.
Intentando que nuestra existencia, sea más que una muerte en vida; más que algo mecanizado y plastificado, listo para servir.
Aquí estamos.
Y ya te lo hemos avisado. Esto no es bueno. Ni digno de ser admirado. Esto puede que incluso te haga sentir náuseas.Pero tranquilo, tu vida puede seguir siendo una farsa: tienes la venda debajo de la mesa.
--------------------------------------------
http://www.nuestrasvidasseconsumen.blogspot.com/
Agrietando la Civilización hasta que por fin la veamos, con una sonrisa triunfante, reducida a escombros.
NUESTRAS VIDAS SE CONSUMEN
Y este es su texto "A modo de presentación":
Aquí estamos.
Y antes de seguir, te queremos avisar de que no deberías estar aquí. Venga, vete. Lárgate. Corre. Siéntate en el sofá y ponte a ver la televisión. O ve al carrefur a comprar los últimos productos salidos al mercado. O ve al cine a ver la última película de Jólibud. Visita a ese familiar en estado terminal. Ríete de algún subnormal. Pídele a Dios que te toque la lotería. Haz lo que te dé la gana, pero huye. Porque si te quedas aquí, si sigues leyendo, si contemplas esto... estás perdido. No somos parte de tu droga diaria. No nos creemos tus mentiras. Hacemos cosas malas. Has debido llegar aquí por accidente y puede que eso no les guste mucho a tus papás. Puede que te lleves una buena riña. No colgamos contenido pornográfico convencional. No queremos que esto te anime.
Aquí estamos.
Si aún quieres continuar, te queremos avisar: no esperes nada bueno de nosotros. No esperes de nosotros cariño, y amabilidad, y buenrollito, y caridad, y... Porque si esperas eso te has confundido de sitio.
Aquí estamos.
Preparados para lanzar todos los dardos envenenados que podamos. Listos para disparar sin piedad alguna al Sistema y a todos sus sirvientes, y a todos sus esclavos, y a todos los que lo aceptan y veneran. Ya ves, tenemos mucho tiempo libre.
Aquí estamos.
Sin miedo alguno. En pie de guerra para cuestionar la vigencia del primer axioma de la realidad. Para animarte a ver el hoyo y tirarte de cabeza.
Aquí estamos.
Listos para bailar. Reír. Gruñir. Escupir. Masturbarnos. Mear. Apalear. Sangrar. Degollar. Gritar. Gemir.
Aquí estamos.
Llevando el caos de aquí para allá. Sembrando su semilla.
Progando a Caos, por que Caos nunca murió.
Aquí estamos.
La mierda que quedó sin barrer, omnipresente. La mucosidad que tragaste cuando el pañuelo se te quedó inservible.
Aquí estamos.
Aquellos de los cuales tus padres te intentarían alejar. Aquellos de los cuales tus padres te hablarían fatal.
Nosotros somos lo que nadie quiero oír. Ni ver.
Aquí estamos.
Ninfómanas, adictos al pegamento, mamporreros, violadores de mascotas en serie, éste puede ser vuestro lugar.
Aquí estamos.
Somos más un retrete en el que vomitar que un arma de concienciación. Somos más un sumidero en una gran ciudad que un grito para hacerte reaccionar. Somos más un desahogo de la frustración que un empeño en que dejes de ver el televisor. Somos más gente aburrida que románticos del siglo XIX.
Anda, vete a sacar al perro.
Aquí estamos.
Intentando que nuestra existencia, sea más que una muerte en vida; más que algo mecanizado y plastificado, listo para servir.
Aquí estamos.
Y ya te lo hemos avisado. Esto no es bueno. Ni digno de ser admirado. Esto puede que incluso te haga sentir náuseas.Pero tranquilo, tu vida puede seguir siendo una farsa: tienes la venda debajo de la mesa.
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http://www.nuestrasvidasseconsumen.blogspot.com/
Agrietando la Civilización hasta que por fin la veamos, con una sonrisa triunfante, reducida a escombros.
viernes, 25 de enero de 2008
No, por favor. No hace falta que usted se mueva.
Nosotros nos desvivimos por usted.
Nosotros somos su salvación. Nosotros somos los que ponemos delante de sus ojos un escaparate en el cual verá lo que, un segundo después... o dos, como mucho cinco, deseará usted tener. Nosotros ponemos a la venta la razón, y usted únicamente tiene que adquirirla por un módico precio. Nostros le vendemos su libertad, y usted no tiene más que pagarla.
Todo lo que usted piensa, de la forma en que se comporta, todo lo que usted tienen en su posesión, todos sus deseos y sus aspiraciones y sus retos y sus esperanzas y sus logros y sus derrotas y sus limitaciones y sus cualidades y sus sueños y sus pesadillas... todo, todo es suyo por que nosotros lo ponemos a su disposición. En el escaparate. Y nosotros no hacemos que lo desee por la fuerza. No usamos la coacción. No, no. No se equivoque. Simplemente lo que nosotros le ofrecemos a usted, lo que nosotros le vendemos, lo que nosotros le mostramos, todo, todo... es lo mejor, es lo más beneficioso, es lo que le agradará más, es lo más ecológico y lo que cualquier ser humano necesita paras ser Alguien.
El Progreso es libertad y comodidad. Y felicidad.
Y por eso nosotros le facilitamos ese Progreso.
Ser progresista es lo único viable... y aceptable.
Este es el mejor de los mundos. Mire a su alrededor.
Tecnología, materialismo, destrucción del planeta con el adjetivo de "ecológico" y "sostenible", consumismo, exterminio, muerte, sonrisas de cartón, aniquilamiento de la capacidad creativa del ser humano, embotamiento del cerebro, creación de necesidades estúpidas,...
No se puede usted quejar. No me negará que, a pesar de todo esas nimieces, usted es feliz y libre.
Nosotros somos quienes le acariciamos, le cuidamos, le educamos, le besamos, le reñimos, le felicitamos...
Nosotros somos lo que usted necesita. Somos su salvación.
Nosotros somos el Sistema. La Civilización.
Usted únicamente... ¡disfrute!
Tiene en su mano toda una serie de posibilidades. Tiene en su mano la mayor suerte que nadie podría tener.
Usted está viviendo en el mejor de los mundos, en la mejor de las épocas, en el mejor de los tiempos.
Usted únicamente... ¡disfrute!
Tiene una vida de comodidad y placer. De alegría y consumo. De risa y confort.
Nosotros somos sus salvadores.
Usted únicamente...
¡disfrute!
¡trabaje!
¡trabaje!
¡consuma!
¡consuma!
¡consuma!
Usted únicamente...
¡¡sea feliz!!
Nosotros nos desvivimos por usted.
Nosotros somos su salvación. Nosotros somos los que ponemos delante de sus ojos un escaparate en el cual verá lo que, un segundo después... o dos, como mucho cinco, deseará usted tener. Nosotros ponemos a la venta la razón, y usted únicamente tiene que adquirirla por un módico precio. Nostros le vendemos su libertad, y usted no tiene más que pagarla.
Todo lo que usted piensa, de la forma en que se comporta, todo lo que usted tienen en su posesión, todos sus deseos y sus aspiraciones y sus retos y sus esperanzas y sus logros y sus derrotas y sus limitaciones y sus cualidades y sus sueños y sus pesadillas... todo, todo es suyo por que nosotros lo ponemos a su disposición. En el escaparate. Y nosotros no hacemos que lo desee por la fuerza. No usamos la coacción. No, no. No se equivoque. Simplemente lo que nosotros le ofrecemos a usted, lo que nosotros le vendemos, lo que nosotros le mostramos, todo, todo... es lo mejor, es lo más beneficioso, es lo que le agradará más, es lo más ecológico y lo que cualquier ser humano necesita paras ser Alguien.
El Progreso es libertad y comodidad. Y felicidad.
Y por eso nosotros le facilitamos ese Progreso.
Ser progresista es lo único viable... y aceptable.
Este es el mejor de los mundos. Mire a su alrededor.
Tecnología, materialismo, destrucción del planeta con el adjetivo de "ecológico" y "sostenible", consumismo, exterminio, muerte, sonrisas de cartón, aniquilamiento de la capacidad creativa del ser humano, embotamiento del cerebro, creación de necesidades estúpidas,...
No se puede usted quejar. No me negará que, a pesar de todo esas nimieces, usted es feliz y libre.
Nosotros somos quienes le acariciamos, le cuidamos, le educamos, le besamos, le reñimos, le felicitamos...
Nosotros somos lo que usted necesita. Somos su salvación.
Nosotros somos el Sistema. La Civilización.
Usted únicamente... ¡disfrute!
Tiene en su mano toda una serie de posibilidades. Tiene en su mano la mayor suerte que nadie podría tener.
Usted está viviendo en el mejor de los mundos, en la mejor de las épocas, en el mejor de los tiempos.
Usted únicamente... ¡disfrute!
Tiene una vida de comodidad y placer. De alegría y consumo. De risa y confort.
Nosotros somos sus salvadores.
Usted únicamente...
¡disfrute!
¡trabaje!
¡trabaje!
¡consuma!
¡consuma!
¡consuma!
Usted únicamente...
¡¡sea feliz!!
viernes, 18 de enero de 2008
Joder. No te quiero desanimar, pero...
Sé consciente de que tus proyectos se pueden ir, muy fácilmente, a la mierda.
Pero también has de ser consciente de que otras veces es preferible mandar tú mism@ a tomar por culo "los proyectos" e ir a por todas, sin más.
Trazar un plan no siempre es lo mejor.
Ponerte una tela -o un puto trozo de plástico- estirada a unos cuantos metros, poniendote el objetivo de que, sea como sea, tienes que llegar hasta dicha tela -o dicho puto plástico- de forma que cuando llegues la rompas corriendo con una sonrisa triunfante, y el sudor empapándote el cuerpo entero; no siempre es "lo que hay que hacer"; no siempre significa que vas a subir al pódium y te van a dar un trofeo.
"Ir a por todas, sin más"; seguramente sea de loc@s, pero, tal vez, no siempre haya que mostrarse y, más aún, actuar como alguien "cuerdo", "sano" y "respetuso". Tal vez es preferible hacer ésto último lo menos posible.
Tal vez la locura sea lo único que nos puede salvar.
Seguramente.
La verdad es que no sirve de nada que gimas si al final no te corres.
Si al final no prendes la mecha, da igual que construyas una bomba.
Ya me entiendes, ¿no?
No sirve de nada que segregues mucha saliva, que incluso juntes con todo ese montón de líquido de viscosidad variable, todos los mocos que puedas; si al final no lo escupes en la puta cara de ese/a imbécil que tienes delante y que odias muy mucho.
La verdad es que no. Excepto para perder el tiempo, no sirve de nada.
Mira, te voy a ser sincero. O eso creo. A fin de cuentas, no yo soy yo el que se lo tiene que creer o no, si no tú. A no ser que estés dispuest@ a perder el tiempo.
Esto no es ciencia-ficción.
Que yo me llamase Roberto, que tuviese 15 años y que estuviera hasta las jodidas pelotas de la rutina de todos días y que por fin, después de tanto gemir, me haya corrido: no, no es ficción, no es ningún puto culebrón de la TV. Que al final acercase la llama a la mecha de la bomba que llevaba tanto tiempo construyendo, no, no es ningún película de Jolibud. Aunque si lo fuese me podría sacar unas cuantas pelas. Tal vez podría ser algo más... ¿cómo decirlo?... "afortunado"; o tal vez no, y mis desesos de rajarme el cuello serían aún mayores.
El caso es que no te estoy contando ninguna trola... o puede que sí.
Bueno. La cuestión es muy sencilla. Ya te lo he dicho antes.
No podía más. Lo sabía; sabía que un día tenía que soltar toda esa mierda que tenía acumulada. Sabía que un día toda esa mierda la iba a chorrear; sabía que sería imparable y que mis heces cubrirían todo mi alrededor. Así es.
La verdad es que llevaba mucho tiempo construyendo una bomba. Llevaba mucho tiempo gimiendo, gimiendo y gimiendo; más y más. Pero la verdad también es que nunca me decidía a encencer la mecha. Ni a correrme. Tal vez fuese "miedo". Yo que sé.
Pero ahí estaba: el imbécil de Roberto aguantando su inaguantable vida. Aguantando la puta rutina de siempre. Ahí estaba yo: Roberto, un criajo de mierda; un niñato estúpido, que siempre se estaba quejando de todo; un chavalín insoportable, que siempre estaba dando la chapa a la gente con el cuento de La Destrucción, de La Huida y de La Subversión. El típico niñato que se está haciendo todo el día pajas pero al final no es capaz de soltar su semen, al menos no toda la cantidad de semen que se supone que él quería, al menos no todo el semen sufieciente; tal vez una o dos gotillas, pero no mucho más. El típico tarado que se pasa todo su tiempo construyendo un explosivo, un explosivo que si se utilizase podría volar todo lo que se encontrara a bastantes kilómetros a la redonda; el típico gilipollas que ocupa todo su tiempo en construir una bomba, y que, cuando ésta ya está lista para ser usada, siempre la encuentra alguna pega, siempre busca -y encuentra- alguna excusa para no hacerla estallar. Maldito capullo.
En efecto.
Ahí estaba yo, con mis 15 años, de nombre Roberto García Aceituno, con DNI 65584930-Z, siempre viviendo en la misma puta calle (Alberto Salpenterio, 23), y viviendo, siempre, con mi padre. Siempre lo mismo. Siempre viendo a mi padre tirado en el sofá como una mierda y envuelto en lágrimas, por que pasados 8 años, todavía es incapaz de superar el suicido de mi madre. La verdad es que yo no me acuerdo mucho de ella. Joder, yo al menos no estoy todo el día culpándome de su muerte. Joder, yo al menos soy capaz de tirar pa´lante. Pero mi padre no, siempre tenía que verle amargado, sin ganas de hacer una mierda, soportando su curro de siempre. Ese que odia con tantas fuerzas pero que nunca se decide abandonar. El mismo rollo de la bomba y la paja. De tal palo, tal astilla. Al menos, respecto a algunas cosas, ese dichoso refrán se cumple.
Ahí estaba yo. Levantándome a las 6:13 de la mañana. Todos los putos días. Todos los putos días metiéndome en el estómago dos tostadas de mermelada o de mantequilla, un café, y de vez en cuando algún bollo. Bah. Y después a quitarme las ronchas de basura que se me quedaban entre los dientes. Y después... Y después a vestirme, y a coger la mochila, y a bajar a la calle para coger el autobús, el autobús 54. Y llegar al instituto, ver las mismas putas caras de siempre, todos con un sueño del copón, de vez en cuando echándonos algunas risas y otras veces cagándonos en los jodidos y odiosos estudios. Cagándonos en alguna profesora. O en algún profesor. Pero solo erán quejas. Y luego a soportar las mismas putas clases de siempre; la misma puta manipulación de siempre. Siempre lo mismo. Siempre viendo a la misma gente. Todos los putos días, viendo como tirábamos nuestra vida por la borda. Viendo como arruinábamos nuestros minutos. Viéndonos ahí, tirados en el pupitre, aguantando a ese pobre desgraciado, contándote alguna basura sobre Historia, o Matemáticas, o Literatura, o tal vez sobre Química. Mirando a tu alrededor. Todos muertos. Intentándonos engañar a nosotros mismos; diciéndonos que eso era lo normal, lo mejor; que eramos unos afortunados; que teníamos la suerte de poder estudiar; siempre intentándonos mentir. Y algunos lo conseguían.
Es jodido ver como arruínas tu juventud, o tu infancia, o lo que sea. Tu vida.
Era muy fácil quejarse, era muy fácil. Sí. Pero más fácil aún era decir que no había nada que hacer, que no podíamos cambiar las cosas, que no podíamos modificar ni un ápice del estado de cosas, que tendríamos que soportar esa rutina siempre, siempre, hasta que llegará el día de aguantar la rutina de la explotación laboral. Siempre lo mismo. Todo los putos días intentando apartar de nuestra cabeza todas esas quejas, intentando pensar en otras cosas, intentando reirnos, o pensar en positivo. Mintiéndonos. Ocultando la bomba que llevábamos contruyendo durante tanto tiempo. Día a día. Intentando encontrarla algún defecto para no prender la mecha, y que todo volase por los aires. Por los aires. Y que al fin pudiéramos sonreir, y abrazarnos, y reir de verdad, de corazón. Y que al fin pudiéramos recuperar nuestras vidas. Ésas que llevábamos consumiendo desde que nacimos y nos "integramos" en los mecanismos de la sociedad.
No jodas. Teníamos que escapar de eso cuanto antes. Tenía que huir de eso lo más pronto posible. Tenía que huir, pero prendiéndole fuego. Ya sabes. Correrme.
Mi vida de mierda. La rutina de siempre. Siempre lo mismo. Todos los putos días.
¿Acaso no tenía que hacer que todo eso estallase?
¿Acaso no estás deseando tú lo mismo? No me digas que no tienes ganas de hacerlo cuanto antes. Por que sí que las tienes. Pero seguramente sea el miedo lo que te lo impida. Yo que sé.
Y no me preguntes cómo. No me preguntes qué hacer. No te lo puedo servir todo en bandeja de plata.
Yo simplemente: lo hice.
Logré escapar de la escena de mi padre ahogándose en sus mocos y su agua salada; de mi padre observando con rabia las fotos de mi madre, de ésa de la que, a decir vedad, yo me acuerdo muy poco. Viendo a mi padre muerto. Como una puta escoria. Un residuo. Un tío destruido por su vida, por sus acontecimientos, por sus sueños, por sus esperanzas, por sus miedos, por su pasado, y por su futuro... Logré huir de mi desayuno con tostadas de mermelada, o de mantequilla, y de ese café, y de ese bollo.
De ver siempre a la misma puta gente. De ver a esos desgraciados metidos a profesores, soltando por la boca mierda sobre Literatura, Matemáticas, o tal vez Química. Huí de la mirada a mi alrededor, y de vernos a todos nosotros muertos, tirados en nuestros pupitres, soltando nuestros últimos estertores.
Huí de levantarme a las 6:13. Huí del autobús 54.
Huí de Alberto Salpenterio, 23; de mi número de identificación; de mis 15 años,
de mi nombre.
Huí de Roberto García Aceituno.
Y si acaso estás pensando que me suicidé, realmente no te equivocas. Maté; asesiné toda mi vida de plástico, torturé, para acabar aniquilándola, a mi rutina. Me suicidé. Asesiné a todo eso que conformaba toda mi existencia. Hice lo que desde siempre quise hacer.
Pero la verdad es que sigo vivo. O tal vez, he nacido. Tal vez todo este tiempo estuve muerto.
Aquí estoy. Contándote toda mi desgraciada vida.
O tal vez solo una parte de ella.
Yo lo logré. Lo hice. Cumplí. Escapé. Huí.
Yo sí.
Al final lo logré.
Sí.
Al fin lo hice.
Prendí la mecha.
Sí.
Escupí.
Sí
Por fin me corrí.
Sé consciente de que tus proyectos se pueden ir, muy fácilmente, a la mierda.
Pero también has de ser consciente de que otras veces es preferible mandar tú mism@ a tomar por culo "los proyectos" e ir a por todas, sin más.
Trazar un plan no siempre es lo mejor.
Ponerte una tela -o un puto trozo de plástico- estirada a unos cuantos metros, poniendote el objetivo de que, sea como sea, tienes que llegar hasta dicha tela -o dicho puto plástico- de forma que cuando llegues la rompas corriendo con una sonrisa triunfante, y el sudor empapándote el cuerpo entero; no siempre es "lo que hay que hacer"; no siempre significa que vas a subir al pódium y te van a dar un trofeo.
"Ir a por todas, sin más"; seguramente sea de loc@s, pero, tal vez, no siempre haya que mostrarse y, más aún, actuar como alguien "cuerdo", "sano" y "respetuso". Tal vez es preferible hacer ésto último lo menos posible.
Tal vez la locura sea lo único que nos puede salvar.
Seguramente.
La verdad es que no sirve de nada que gimas si al final no te corres.
Si al final no prendes la mecha, da igual que construyas una bomba.
Ya me entiendes, ¿no?
No sirve de nada que segregues mucha saliva, que incluso juntes con todo ese montón de líquido de viscosidad variable, todos los mocos que puedas; si al final no lo escupes en la puta cara de ese/a imbécil que tienes delante y que odias muy mucho.
La verdad es que no. Excepto para perder el tiempo, no sirve de nada.
Mira, te voy a ser sincero. O eso creo. A fin de cuentas, no yo soy yo el que se lo tiene que creer o no, si no tú. A no ser que estés dispuest@ a perder el tiempo.
Esto no es ciencia-ficción.
Que yo me llamase Roberto, que tuviese 15 años y que estuviera hasta las jodidas pelotas de la rutina de todos días y que por fin, después de tanto gemir, me haya corrido: no, no es ficción, no es ningún puto culebrón de la TV. Que al final acercase la llama a la mecha de la bomba que llevaba tanto tiempo construyendo, no, no es ningún película de Jolibud. Aunque si lo fuese me podría sacar unas cuantas pelas. Tal vez podría ser algo más... ¿cómo decirlo?... "afortunado"; o tal vez no, y mis desesos de rajarme el cuello serían aún mayores.
El caso es que no te estoy contando ninguna trola... o puede que sí.
Bueno. La cuestión es muy sencilla. Ya te lo he dicho antes.
No podía más. Lo sabía; sabía que un día tenía que soltar toda esa mierda que tenía acumulada. Sabía que un día toda esa mierda la iba a chorrear; sabía que sería imparable y que mis heces cubrirían todo mi alrededor. Así es.
La verdad es que llevaba mucho tiempo construyendo una bomba. Llevaba mucho tiempo gimiendo, gimiendo y gimiendo; más y más. Pero la verdad también es que nunca me decidía a encencer la mecha. Ni a correrme. Tal vez fuese "miedo". Yo que sé.
Pero ahí estaba: el imbécil de Roberto aguantando su inaguantable vida. Aguantando la puta rutina de siempre. Ahí estaba yo: Roberto, un criajo de mierda; un niñato estúpido, que siempre se estaba quejando de todo; un chavalín insoportable, que siempre estaba dando la chapa a la gente con el cuento de La Destrucción, de La Huida y de La Subversión. El típico niñato que se está haciendo todo el día pajas pero al final no es capaz de soltar su semen, al menos no toda la cantidad de semen que se supone que él quería, al menos no todo el semen sufieciente; tal vez una o dos gotillas, pero no mucho más. El típico tarado que se pasa todo su tiempo construyendo un explosivo, un explosivo que si se utilizase podría volar todo lo que se encontrara a bastantes kilómetros a la redonda; el típico gilipollas que ocupa todo su tiempo en construir una bomba, y que, cuando ésta ya está lista para ser usada, siempre la encuentra alguna pega, siempre busca -y encuentra- alguna excusa para no hacerla estallar. Maldito capullo.
En efecto.
Ahí estaba yo, con mis 15 años, de nombre Roberto García Aceituno, con DNI 65584930-Z, siempre viviendo en la misma puta calle (Alberto Salpenterio, 23), y viviendo, siempre, con mi padre. Siempre lo mismo. Siempre viendo a mi padre tirado en el sofá como una mierda y envuelto en lágrimas, por que pasados 8 años, todavía es incapaz de superar el suicido de mi madre. La verdad es que yo no me acuerdo mucho de ella. Joder, yo al menos no estoy todo el día culpándome de su muerte. Joder, yo al menos soy capaz de tirar pa´lante. Pero mi padre no, siempre tenía que verle amargado, sin ganas de hacer una mierda, soportando su curro de siempre. Ese que odia con tantas fuerzas pero que nunca se decide abandonar. El mismo rollo de la bomba y la paja. De tal palo, tal astilla. Al menos, respecto a algunas cosas, ese dichoso refrán se cumple.
Ahí estaba yo. Levantándome a las 6:13 de la mañana. Todos los putos días. Todos los putos días metiéndome en el estómago dos tostadas de mermelada o de mantequilla, un café, y de vez en cuando algún bollo. Bah. Y después a quitarme las ronchas de basura que se me quedaban entre los dientes. Y después... Y después a vestirme, y a coger la mochila, y a bajar a la calle para coger el autobús, el autobús 54. Y llegar al instituto, ver las mismas putas caras de siempre, todos con un sueño del copón, de vez en cuando echándonos algunas risas y otras veces cagándonos en los jodidos y odiosos estudios. Cagándonos en alguna profesora. O en algún profesor. Pero solo erán quejas. Y luego a soportar las mismas putas clases de siempre; la misma puta manipulación de siempre. Siempre lo mismo. Siempre viendo a la misma gente. Todos los putos días, viendo como tirábamos nuestra vida por la borda. Viendo como arruinábamos nuestros minutos. Viéndonos ahí, tirados en el pupitre, aguantando a ese pobre desgraciado, contándote alguna basura sobre Historia, o Matemáticas, o Literatura, o tal vez sobre Química. Mirando a tu alrededor. Todos muertos. Intentándonos engañar a nosotros mismos; diciéndonos que eso era lo normal, lo mejor; que eramos unos afortunados; que teníamos la suerte de poder estudiar; siempre intentándonos mentir. Y algunos lo conseguían.
Es jodido ver como arruínas tu juventud, o tu infancia, o lo que sea. Tu vida.
Era muy fácil quejarse, era muy fácil. Sí. Pero más fácil aún era decir que no había nada que hacer, que no podíamos cambiar las cosas, que no podíamos modificar ni un ápice del estado de cosas, que tendríamos que soportar esa rutina siempre, siempre, hasta que llegará el día de aguantar la rutina de la explotación laboral. Siempre lo mismo. Todo los putos días intentando apartar de nuestra cabeza todas esas quejas, intentando pensar en otras cosas, intentando reirnos, o pensar en positivo. Mintiéndonos. Ocultando la bomba que llevábamos contruyendo durante tanto tiempo. Día a día. Intentando encontrarla algún defecto para no prender la mecha, y que todo volase por los aires. Por los aires. Y que al fin pudiéramos sonreir, y abrazarnos, y reir de verdad, de corazón. Y que al fin pudiéramos recuperar nuestras vidas. Ésas que llevábamos consumiendo desde que nacimos y nos "integramos" en los mecanismos de la sociedad.
No jodas. Teníamos que escapar de eso cuanto antes. Tenía que huir de eso lo más pronto posible. Tenía que huir, pero prendiéndole fuego. Ya sabes. Correrme.
Mi vida de mierda. La rutina de siempre. Siempre lo mismo. Todos los putos días.
¿Acaso no tenía que hacer que todo eso estallase?
¿Acaso no estás deseando tú lo mismo? No me digas que no tienes ganas de hacerlo cuanto antes. Por que sí que las tienes. Pero seguramente sea el miedo lo que te lo impida. Yo que sé.
Y no me preguntes cómo. No me preguntes qué hacer. No te lo puedo servir todo en bandeja de plata.
Yo simplemente: lo hice.
Logré escapar de la escena de mi padre ahogándose en sus mocos y su agua salada; de mi padre observando con rabia las fotos de mi madre, de ésa de la que, a decir vedad, yo me acuerdo muy poco. Viendo a mi padre muerto. Como una puta escoria. Un residuo. Un tío destruido por su vida, por sus acontecimientos, por sus sueños, por sus esperanzas, por sus miedos, por su pasado, y por su futuro... Logré huir de mi desayuno con tostadas de mermelada, o de mantequilla, y de ese café, y de ese bollo.
De ver siempre a la misma puta gente. De ver a esos desgraciados metidos a profesores, soltando por la boca mierda sobre Literatura, Matemáticas, o tal vez Química. Huí de la mirada a mi alrededor, y de vernos a todos nosotros muertos, tirados en nuestros pupitres, soltando nuestros últimos estertores.
Huí de levantarme a las 6:13. Huí del autobús 54.
Huí de Alberto Salpenterio, 23; de mi número de identificación; de mis 15 años,
de mi nombre.
Huí de Roberto García Aceituno.
Y si acaso estás pensando que me suicidé, realmente no te equivocas. Maté; asesiné toda mi vida de plástico, torturé, para acabar aniquilándola, a mi rutina. Me suicidé. Asesiné a todo eso que conformaba toda mi existencia. Hice lo que desde siempre quise hacer.
Pero la verdad es que sigo vivo. O tal vez, he nacido. Tal vez todo este tiempo estuve muerto.
Aquí estoy. Contándote toda mi desgraciada vida.
O tal vez solo una parte de ella.
Yo lo logré. Lo hice. Cumplí. Escapé. Huí.
Yo sí.
Al final lo logré.
Sí.
Al fin lo hice.
Prendí la mecha.
Sí.
Escupí.
Sí
Por fin me corrí.
viernes, 4 de enero de 2008
Resulta dificil.
Bastante dificil.
El sabor de los desconocido.
El extraño sabor de lo desconocido;
es lo que me está matando,
pero también es lo que me ayuda a seguir,
a seguir hacia delante, o hacia donde sea.
No se hacia donde voy.
El amargo sabor de lo que pasará
me gusta.
Me fascina.
Y me aterra.
Resulta dificil.
Bastante dificil.
Resulta bastante dificil no salir a la calle ahora,
no salir a la calle y gritar,
y que el agua de la lluvia ruede por mi cara
y por mi pelo, y por mis labios.
Resulta bastante dificil no salir a la calle ahora,
y tirarme al suelo,
y levantarme y apedrear todo lo que me encuentre;
y arrastrar mi cuerpo por el suelo.
Quiero sangrar,
quiero hacerme heridas con el roce del suelo;
quiero dejar la huella de mi sangre en la puta calle;
quiero pintar con mi sangre una gran sonrisa
y a su lado
una lágrima.
Resulta bastante dificil no salir a la calle ahora,
con el deseo de encontrarme contigo,
y abrazarme a ti.
Quiero que tus lágrimas se fundan con las mias.
Quiero que nos riamos juntos.
Quiero soltar carcajadas contigo,
mientras te beso.
Quiero reirme contigo del mundo.
Quiero que estés aquí.
Quiero que tú tambien sangres,
y que también dejes tu huella.
Nuestra huella.
Quiero ver tu sangre en el suelo,
y en mi cuerpo.
Resulta bastante dificil aguantar
esta vida;
sabiendo que si tú estuvieras
podría ser mucho mejor.
Resulta bastante dificil no llorar.
Pero es que yo quiero llorar,
pero contigo,
quiero chillar y llorar contigo
ya sea de alegría o de tristeza.
La incertidumbre de lo que pueda pasar
me está torturando
e, inexplicablemente,
también me gusta.
Me fascina.
Pero a la vez, me apabulla,
hace que todo se me caiga encima.
Resulta dificil releer esto,
y no borrorarlo de inmediato.
Bastante dificil.
...
Pero no imposible...
Bastante dificil.
El sabor de los desconocido.
El extraño sabor de lo desconocido;
es lo que me está matando,
pero también es lo que me ayuda a seguir,
a seguir hacia delante, o hacia donde sea.
No se hacia donde voy.
El amargo sabor de lo que pasará
me gusta.
Me fascina.
Y me aterra.
Resulta dificil.
Bastante dificil.
Resulta bastante dificil no salir a la calle ahora,
no salir a la calle y gritar,
y que el agua de la lluvia ruede por mi cara
y por mi pelo, y por mis labios.
Resulta bastante dificil no salir a la calle ahora,
y tirarme al suelo,
y levantarme y apedrear todo lo que me encuentre;
y arrastrar mi cuerpo por el suelo.
Quiero sangrar,
quiero hacerme heridas con el roce del suelo;
quiero dejar la huella de mi sangre en la puta calle;
quiero pintar con mi sangre una gran sonrisa
y a su lado
una lágrima.
Resulta bastante dificil no salir a la calle ahora,
con el deseo de encontrarme contigo,
y abrazarme a ti.
Quiero que tus lágrimas se fundan con las mias.
Quiero que nos riamos juntos.
Quiero soltar carcajadas contigo,
mientras te beso.
Quiero reirme contigo del mundo.
Quiero que estés aquí.
Quiero que tú tambien sangres,
y que también dejes tu huella.
Nuestra huella.
Quiero ver tu sangre en el suelo,
y en mi cuerpo.
Resulta bastante dificil aguantar
esta vida;
sabiendo que si tú estuvieras
podría ser mucho mejor.
Resulta bastante dificil no llorar.
Pero es que yo quiero llorar,
pero contigo,
quiero chillar y llorar contigo
ya sea de alegría o de tristeza.
La incertidumbre de lo que pueda pasar
me está torturando
e, inexplicablemente,
también me gusta.
Me fascina.
Pero a la vez, me apabulla,
hace que todo se me caiga encima.
Resulta dificil releer esto,
y no borrorarlo de inmediato.
Bastante dificil.
...
Pero no imposible...
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